Soñando con Mozart: Lilith, la barítono del coro berlinés para personas sin techo
Una iniciativa cultural ha permitido que personas sin hogar y con problemas de droga y salud mental hayan encontrado una manera de sentirse útiles. Esta es la historia de una de sus integrantes, que desea volver a reencontrarse con el público tras la pandemia
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Sus botas de tacones resuenan entre las columnas del patio de la iglesia de San Jacobo del barrio berlinés de Kreuzberg. Son las siete de la tarde de un jueves fresco de otoño. Lilith, gorro negro de lana que cubre el pelo largo teñido de rubio y una mascarilla que tapa su barba incipiente, entra con paso apresurado. El ensayo de las voces masculinas del coro, donde ella canta como barítono, está a punto de empezar. Solo le da tiempo a charlar brevemente con Dean, un joven delgado de barba tupida y cola al que Lilith define como parte de su pequeña familia. Igual que ella, Dean lleva 11 años en el Straßenchor, el coro callejero berlinés creado en 2009 por el músico clásico Stefan Schmidt.
A lo largo de estos años el coro ha permitido que personas sin hogar y con problemas de droga y salud mental hayan encontrado una manera para ser, por una vez, protagonistas. Y gracias a los conciertos, que desde que existe ha estado haciendo en lugares célebres como la Filarmónica de Berlín, el Straßenchor también ha representado para muchos de sus miembros una fuente de ingresos. Sin embargo, ahora la pandemia está poniendo en peligro su existencia. La prohibición por parte de las autoridades alemanas de cantar en lugares cerrados, la imposibilidad de ensayar en la iglesia donde se reunían antes y la inviabilidad de pagar un nuevo alquiler ―por la falta de conciertos y por las bajas de los donantes― han dejado a Lilith y al resto del coro sin ensayos desde la primavera pasada y hasta finales de verano. Y una vez pudieron volver a juntarse al aire libre, en agosto, el coro ya se había diezmado.
“Antes de la covid en los ensayos semanales llegaba a haber 50 personas”, recuerda Stefan Schmidt en una entrevista telefónica. “Hoy, no llegamos a las 15: muchas personas viven lejos y no quieren coger el metro para venir; las personas mayores y las enfermas de sida tampoco quieren por si se contagian”.
Todo empezó cuando, a los 16 años, su madre y su padre la echaron de casa por ser abiertamente gay
Lilith no parece ser una persona fácil de asustar. En sus 46 años de vida ha pasado por experiencias tan duras que, en sus propias palabras, se ha vuelto “quizá menos humana, a veces directamente una perra misántropa”. Todo empezó cuando, a los 16 años, su madre y su padre la echaron de casa por ser abiertamente gay y por sus creencias esotéricas. Hoy es una Völva, “una sacerdotisa según las creencias religiosas escandinavas de la precristianidad”, según afirma. Tras salir de la casa familiar, dejó el pueblo de Rodalben, donde había crecido, cerca de la frontera con Francia, y se fue a Fráncfort.
“Durante cuatro años viví en la calle entre droga, prostitución, violaciones y todas las cosas feas que te puedas imaginar que le pueden ocurrir a un chaval de pueblo: como persona sin hogar, no tienes derechos”, recuerda sentada en la habitación desordenada y repleta de objetos del piso compartido donde vive en Wilmersdorf, un barrio tranquilo y residencial del oeste de Berlín. A finales de los noventa dejó Fráncfort y llegó a la capital, donde siguió viviendo de la prostitución y moviéndose “de piso en piso”. En esa época acabó dos veces en la cárcel, por deudas y por pegar a un policía. Fue en la etapa que pasó en prisión en 2006 cuando tomó una decisión que marcaría su vida: hacer la transición de hombre a mujer con la que soñaba desde la adolescencia. Para ese entonces ya llevaba tres años viviendo en un piso que había conseguido alquilar gracias a una subvención estatal.
“Necesitaba tener un lugar seguro para mí y me di cuenta de que, si quería cambiar, tenía que ir hacia el sistema y no en contra de él”, explica. “Cuando tuve una casa, enseguida dejé de prostituirme: no me gustaba cómo me hacía sentir”, recuerda. Rápidamente empezó la búsqueda de empleo: “Cuando trabajas con el sistema, tienes que encontrar curro: lo que me gustaba y que sentía que podía hacer era cocinar”. Hoy su plato estrella es el estofado irlandés y cocinar representa una manera de mostrar cariño a los demás. Por eso, siempre que podía preparaba las cenas que el coro solía compartir tras los ensayos antes de que llegara la pandemia.
El Straßenchor llegó a su vida en 2009 (el mismo año de la “gran operación”), gracias a su amigo Dean, quien ya participaba en él. Según le explicó, había una televisión local que estaba siguiendo los primeros pasos del coro. “Quería saber de Stefan si de lo que se trataba era solo de un espectáculo para las cámaras de televisión y luego abandonaría a la gente pobre de vuelta a la calle, o si iba en serio. Él me aseguró que continuaríamos y de eso han pasado 11 años”.
Stefan Schmidt explica que el motor para crear un coro pensado principalmente para la gente de la calle era poder sentirse útil. Por lo menos, en el caso de Lilith, parece que lo ha conseguido. “El coro es mi familia y me ha ayudado a sentir que yo lo valgo: cuando eres una persona sin techo y pobre todo el mundo te menosprecia y te sientes avergonzada e inútil; con él hemos hecho cosas que nunca habríamos imaginado”. La boca se le abre en una sonrisa mientras recuerda cuando, en 2012, cantaron el Carmina Burana en la Filarmónica de Berlín con todas las entradas agotadas.
Cuando eres una persona sin techo y pobre todo el mundo te menosprecia y te sientes avergonzada e inútil; con el coro hemos hecho cosas que nunca habríamos imaginado
Claudia Steckelberg, docente de ciencias del trabajo social de la Universidad de Neubrandenburg, destaca los efectos del empoderamiento que supone este tipo de iniciativas para personas en situaciones de marginalización: “El sentimiento de que tienen valor da a las personas la motivación para cambiar las cosas y para juntarse con otras para hacerlo”. Y añade: “Sin embargo, estos proyectos culturales no reciben financiaciones públicas porque no son vistos como algo importante, sino como un lujo; en cambio, yo creo que son esenciales para la supervivencia”.
Lilith destaca también otras ventajas del coro: “También me da estabilidad y una rutina”. Eso fue muy importante para ella hace unos años, cuando sufrió de una fuerte depresión. Y vuelve a serlo hoy, cuando por culpa de la covid-19 ha perdido el trabajo. El pequeño restaurante de comida vegetariana donde llevaba un tiempo trabajando no ha sobrevivido al confinamiento. Ella se mantiene gracias a ayudas estatales y busca trabajo de cocinera. Mientras, el director del coro busca un nuevo lugar de ensayo y una manera de recaudar dinero hasta que vuelvan los conciertos y las donaciones. De nuevo, por las restricciones para contener la pandemia, los ensayos han sido suspendidos.
Lilith y el coro esperan volver pronto a cantar el Ave Verum Corpus, de Mozart: empezaron a ensayarlo el año pasado y sueñan con tener un público a quien dedicárselo.
Este artículo es parte de una serie realizada gracias a IJ4EU (Investigative Journalism for Europe).
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