Opinión

En la vacuna contra la covid-19, nadamos o nos hundimos juntos

No hay vergüenza ninguna en defender ante la sociedad española y los socios europeos un reparto no codicioso de la inmunización, precisamente porque se trata de la opción más sensata

Viales, con la indicación 'COVID-19 / Vacuna del coronavirus / Sólo inyectable', y jeringa, ante un logo de la farmacéutica Pfizer.DADO RUVIC (Reuters)

Si la realidad sobre las nuevas vacunas contra la covid-19 termina pareciéndose a la información que han empezado a revelar compañías como Pfizer y Moderna, esta pandemia ya habrá hecho historia. Los recursos y el conocimiento invertidos en el desarrollo de varias decenas de candidatas ―basadas tanto en tecnologías conocidas como en otras innovadoras― pulveriza cualquier récord conocido y supone un monumento a las posibilidades de la cooperación científica internacional.

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Con todo, la creación de nuevas formas de inmunización tal vez no sea el mayor logro en esta guerra sin cuartel contra el virus SARS-CoV2. Ahora queda producir y garantizar el acceso a estas vacunas a todo el planeta, una operación cuya magnitud y complejidad no tienen precedentes. Ese es el desafío principal de las potencias internacionales que se darán cita este fin de semana en Riad (Arabia Saudí), durante la cumbre del G20. España es una de ellas.

La cobertura de un porcentaje crítico de la población mundial constituye una condición necesaria en una estrategia en la que ningún país estará seguro hasta que todos lo estemos. Con este objetivo fue establecida la iniciativa COVAX, uno de los pilares de la monumental arquitectura público-privada que sostiene la generación y el acceso equitativo a diagnósticos, tratamientos e inmunización frente a esta enfermedad. COVAX ha estimado que el fin de la fase aguda de la pandemia exigirá desplegar antes del fin del próximo año un mínimo de 2.000 millones de dosis de una o varias vacunas eficaces.

La reunión del G20 debe ofrecer respuestas en dos asuntos críticos: la financiación del proceso y los mecanismos que garanticen el abastecimiento mínimo de todos los países, con independencia de su capacidad de compra. En el primer frente, la factura asciende a no menos de 7.000 millones de dólares (unos 5.900 millones de euros) para costear los mecanismos de adquisición y distribución para países pobres. La iniciativa ha establecido para este fin un mecanismo de Compromisos Avanzados de Mercado (CAM) mediante el cual los países donantes garantizan la financiación de un determinado volumen de existencias que estará disponible para su distribución a lo largo del próximo año.

En el segundo frente, COVAX ha definido dos categorías de destinatarios de la vacuna, de acuerdo a su participación en el esquema: algunos países de ingreso bajo y medio elegibles para la financiación a través de los CAM, y países autofinanciados.

Incluso si logramos superar el cuello de botella financiero, nos enfrentamos a un segundo escollo relacionado con las limitadas capacidades de producción

Y aquí es donde empiezan los problemas. Incluso si logramos superar el cuello de botella financiero, nos enfrentamos a un segundo escollo relacionado con las limitadas capacidades de producción, donde la batalla será feroz. Los anuncios de Pfizer y Moderna este mismo mes están más relacionados con su necesidad de comprometer a los fabricantes disponibles que con cualquier otro propósito. Las dos vacunas comparten la misma tecnología, las dos compiten por los mismos productores mundiales. El anuncio de que su producto funciona les abre puertas y, sobre todo, la financiación de los países para avanzar recursos y producir cuando todavía no se ha regulado su utilización final.

Pero existe además un defecto estructural de esta propuesta, y es el hueco que deja entre las economías más pobres y las más prósperas. Si las primeras tendrán, en principio, la posibilidad de recibir financiación y precios rebajados para sus vacunas, las segundas no van a esperar a nadie. Estados Unidos ya dejó claro que va por libre y no quiere saber nada de este mecanismo. Pero la UE le ha puesto una vela a Dios y un piso al diablo. Después de albergar virtualmente el lanzamiento de la iniciativa COVAX y cantar sus virtudes, la respuesta europea ha consistido en aportar 500 millones para el abastecimiento de los países más pobres, y negociar ―en paralelo a COVAX y de forma opaca― varios acuerdos que le garantizan no menos de 1.400 millones de dosis para sus ciudadanos (1.000 cerrados, más una opción de compra de 400). Todos ellos son desembolsos a riesgo; es decir, a cambio de dosis cuando estén reguladas o a fondo perdido si no lo consiguen.

Mientras tanto, un grupo de países en desarrollo autofinanciados que incluye a la friolera de 2.376 millones de seres humanos se queda colgando de la brocha. Para regiones enteras como la de América Latina, en las que la renta media per cápita difícilmente refleja la debilidad de los presupuestos públicos y el desamparo sanitario de una mayoría, no hay recursos, ni precios rebajados, ni protección frente a la posible responsabilidad civil derivada de los problemas en la inmunización.

En ausencia de una solución específica para estos países, ¿alguien piensa seriamente que van a ser capaces de financiar las vacunas que necesitan y vivir para contarlo? Cada una de estas cuestiones estará encima de la mesa del G20. Y cada uno de los países que lo conforman va a tener que retratarse. Empezando por el Gobierno de España, que tiene la oportunidad de trasladar a los hechos el compromiso con una respuesta justa e inteligente a esta epidemia global. Su opinión es importante para lograr que la UE convierta a COVAX en el mecanismo por defecto de financiación y distribución de la vacuna. Y su cercanía a América Latina y el Norte de África debe contar a la hora de ofrecer respuestas a unas regiones que podrían quedar desamparadas frente a la epidemia y a la devastadora crisis sanitaria y económica que ha provocado.

No hay vergüenza ninguna en defender ante la sociedad española y los socios europeos un reparto no codicioso de la vacuna, precisamente porque se trata de la opción más sensata: el acceso equitativo de nuestros vecinos menos prósperos es la única garantía de una vuelta real a la normalidad. En eso consiste el liderazgo compasivo e inteligente que nos permitirá salir de esta crisis histórica. O salimos todos o el viaje del virus será más largo.

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