Lo bueno y lo verdadero
El ruido puede revelar un orden oculto o introducir un grado de autenticidad imposible de alcanzar con la perfección
Leo en un extraordinario libro sobre arquitectura y catástrofe (Catedral de escombros, de Pedro Torrijos) que “la relación señal/ruido se define, de forma aparentemente aséptica...
Leo en un extraordinario libro sobre arquitectura y catástrofe (Catedral de escombros, de Pedro Torrijos) que “la relación señal/ruido se define, de forma aparentemente aséptica, como la proporción existente entre la potencia de la señal que se transmite y la potencia del ruido que la corrompe”.
Al parecer, no hay señal pura. Toda señal contiene ruido. Una onda electromagnética, una corriente eléctrica, o una vibración acústica como la que produce un “ay”, sufren fluctuaciones aleatorias debidas al entorno, a la temperatura, a la imperfección de los dispositivos y quizá al estado de ánimo del receptor. El ruido es el factor impredecible o no previsto del mensaje, lo que no significa que sea siempre malo. A veces, lejos de limitarse a invadir la señal, la transforma o la supera. Así, en los primeros experimentos de radioastronomía, los investigadores percibieron un murmullo que no provenía de la Tierra. Se trataba de un “ruido de fondo”. Enseguida se descubrió que era el eco del Big Bang. Lo que se intentaba eliminar como interferencia resultó ser lo más importante de las señales.
El ruido, en fin, puede revelar un orden oculto o introducir un grado de autenticidad imposible de alcanzar con la perfección. Todo es muy confuso: mis padres, por ejemplo, llamaban ruido a los sonidos del rock, o sea, a la señal. Es posible también que muchas mutaciones adaptativas nacieran en forma de ruido genético. Y en algunas actuaciones judiciales, el ruido es el sesgo político de los magistrados. Pero ese ruido le puede costar a uno seis años de cárcel. J.P. Morgan, el famoso banquero estadounidense, decía que los hombres hacían las cosas por dos razones, una que era la buena y otra que era la verdadera. La verdadera, por lo general, es el ruido (aplíquese a las donaciones de Amancio Ortega a la sanidad pública).
En el magnífico libro citado más arriba, la catástrofe se convierte inteligentemente en la señal.