Nuestros mayores merecen ser cuidados hasta el final
Los lectores y las lectoras escriben sobre las residencias de mayores, las paradojas de la ultraderecha, la situación de los jóvenes, y el lenguaje en los medios de comunicación
La residencia geriátrica en la que trabajo tiene mi edad, bueno, yo soy dos meses mayor. Se inauguró en 1997. Desde entonces no ha habido ningún turno sin enfermeras. Ni siquiera en pandemia. Ahora, con la licitación del centro (público de gestión privada) se ha decidido que no es necesaria nuestra presencia nocturna. ¿Cuál es la consecuencia? 96 ancianos se quedan sin atención sanitaria. Si empiezas a fallecer durante la noche, si tienes una caída, un atragantamiento, serás derivado al hospital en vez de recibir una atención en tu hogar. La administración de rescates nocturnos en cuidados paliativos se hace imposible, es decir, en vez de fallecer en tu cama, rodeado de tus familiares, igual lo haces sola en las puertas de urgencias de un hospital saturado. Me parte el alma pensar en mis yayos de la residencia, pero aún más, pensar que esta no es una situación aislada, sino la de todas las residencias públicas con gestión integral de la Comunidad Valenciana. Nuestros mayores merecen ser cuidados hasta el final. De día, de noche y siempre.
Paula Ortiz Anquela. Valencia
Paradojas reaccionarias
Las derechas y ultraderechas incurren constantemente en contradicciones en su afán de manipulación de la realidad: los hasta hace un rato antisionistas y antisemitas defienden ahora al Gobierno genocida de Israel, los partidarios de la libertad económica absoluta entienden con entusiasmo los aranceles, los presuntos defensores a ultranza de la vida defienden las guerras, los partidarios del libre movimiento de capitales quieren minimizar los movimientos de personas, los partidarios del ajuste fiscal permanente quieren gastar el doble en armas y, ya en España, los verbeneros de la hispanidad apoyan al reyezuelo que quiere acabar con el español en Estados Unidos. Incomprensible.
Pablo de Vera Moreno. Madrid
El coste de formarse
Estoy en cuarto de carrera y, como muchos jóvenes, acabo ya mi grado universitario y me enfrento a un futuro incierto que parece un callejón sin salida. Si quiero trabajar en mi sector en España, las opciones son dos: ponerme a trabajar en lo que encuentre con sueldos precarios para poder ahorrar e independizarme, o seguir estudiando tirando de préstamos y de la ayuda familiar. La formación superior como los másteres se ha vuelto un lujo y quedarse, casi una heroicidad. Las políticas hablan de “retener talento joven”, pero la realidad para muchos es que nos empujan a hacer las maletas e irnos para poder avanzar. No por ganas de aventura, sino porque aquí no se puede empezar una vida sin endeudarse o volver a casa de los padres. Quizás el problema no sea la falta de talento, sino la falta de futuro y las condiciones que nos ofrecen.
Xiana Souto Picos. Barcelona
Demonizar
Últimamente pienso mucho en la perversión política del lenguaje en los medios de comunicación. Fijémonos en el oxímoron “inquiokupa”. Un inquilino que no paga, no okupa una vivienda, solo deja de pagarla, y para eso nuestro diccionario ya tiene un término que se ha usado toda la vida, “moroso”. Dejemos de inventar y demonizar.
David-Siro López Castro. Alcorcón (Madrid)