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Tribuna

Mujeres que envejecen muy rápido

Los algoritmos de las redes sociales están impulsando aún más la culpabilización femenina por el mero hecho de existir

Nada más atravesar el espacio aéreo de Estados Unidos mis redes empezaron a llenarse de anuncios relacionados con la salud mental: “¿Te sientes agotada?, ¿las circunstancias te superan?, ¿te enfadas más de lo normal?”. A veces hace falta un movimiento brusco para tomar conciencia; en mi caso fue este viaje transatlántico el que me abrió los ojos.

Al principio interpreté que el algoritmo estadounidense, al pertenecer a un país quizá más avanzado —ya saben, el complejo patrio—, reflejaba la preocupación por la estabilidad emocional de sus ciudadanos. Para cada uno de esos síntomas se prop...

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Nada más atravesar el espacio aéreo de Estados Unidos mis redes empezaron a llenarse de anuncios relacionados con la salud mental: “¿Te sientes agotada?, ¿las circunstancias te superan?, ¿te enfadas más de lo normal?”. A veces hace falta un movimiento brusco para tomar conciencia; en mi caso fue este viaje transatlántico el que me abrió los ojos.

Al principio interpreté que el algoritmo estadounidense, al pertenecer a un país quizá más avanzado —ya saben, el complejo patrio—, reflejaba la preocupación por la estabilidad emocional de sus ciudadanos. Para cada uno de esos síntomas se proponían soluciones más o menos instantáneas: podcasts, terapias online… así que, todo resuelto.

En pocas horas el bombardeo se volvió más agresivo y empezó a incomodarme, aquellos anuncios poco menos que te hacían sentir que tu hipotética irascibilidad, o tu fatiga, denotaban problemas más graves y que estabas siendo irresponsable si no buscabas una solución. Cotejé mis redes con las de mi marido y, para nuestra sorpresa, en las suyas no había ni rastro de todo aquello. Quizá Estados Unidos no era tan desarrollado finalmente.

Asumí, en mi inocencia, que al regresar a suelo nacional los motores de cálculo volverían a su cauce. No podía estar más equivocada. Una vez hecho el daño, al parecer, no hay modo de deshacerlo. Ya en casa los anuncios se tornaron cada vez más desagradables, si bien los de salud mental disminuyeron su frecuencia, tal vez en España no haya tanta oferta de terapias como en EE UU, empezaron a aparecer otros mensajes de corte claramente acusatorio relacionados con los signos de la edad. No fui muy consciente de lo que estaba sucediendo hasta que apareció un post titulado: “Mujeres que envejecen muy rápido”. En él se detallaban todos los errores que cometes y provocan tu envejecimiento acelerado: abusar del azúcar, dormir poco, en exceso, comer poco, demasiado…

Fue mi despertar, entendí de golpe dos cosas: el algoritmo está minado de prejuicios, y mi relación con él era tóxica: me hacía sentir mal —envejecida por descuidada, deprimida, tal vez, sin molestarme en buscar remedio— y estaba claramente mermando mi autoestima. De manual.

Me descubrí pensando el tipo de cosas que te asaltan en esas relaciones: “Pero, ¿esto cuando se ha estropeado, si íbamos tan bien?, ¿fue por detenerme en aquellos anuncios de salud mental?, ¿fue porque ya se me notan las arrugas?”. Vamos, culpabilizándome de tener ojos y cumplir años, acontecimientos tan inevitables como la rotación de la Tierra.

Esta historia de culpabilización de las mujeres no es nueva. Annie Ernaux la retrataba de maravilla en La mujer helada, donde denominaba a este fenómeno la “máquina de mermarse a una misma”. Máquina alimentada, según la Nobel francesa, por la sociedad en su conjunto, desde las amigas hasta las revistas femeninas: “Pelos en las patas ni hablar. Se te ven demasiado los muslos al sentarte. El cuerpo vigilado sin parar, embutido, estallado bruscamente en un montón de trocitos, ojos, piel, pelo, de todos había que ocuparse, uno a uno hasta alcanzar el ideal”.

Quisiera una creer que algo habíamos avanzado desde la década de los setenta del pasado siglo, la que inspiró a Ernaux, pero parece que no. Los algoritmos, nos lo había enseñado Cathy O’Neil en 2017 con Armas de destrucción matemática, contribuyen a profundizar los prejuicios, promueven la publicidad agresiva que se ceba en las debilidades y culpabilizan a los potenciales clientes porque esto resulta comercialmente muy efectivo. No parece que esos sesgos se estén moderando, según datos de la Fundación Woman’s Week de abril de este mismo año, las herramientas de IA siguen teniendo un claro cariz machista y perpetúan los estereotipos de género.

La difusión masiva de estos estereotipos no nos está saliendo gratis. Si, tras mi toma de conciencia, aún pensé que la culpa de aquella tormenta de anuncios acusatorios era mía por ser un blanco fácil, enseguida descubrí que la debilidad está muy extendida. Solo los datos de operaciones estéticas nos dan una idea de la situación. Según la Sociedad Española de Cirugía Plástica, entre 2013 y 2021 se produjo un aumento del 215% de estas intervenciones en nuestro país. Por supuesto el 85% de las personas que se someten al bisturí son mujeres. Y, si nos fijamos en los retoques, el asunto se vuelve delirante; según la Sociedad Española de Medicina Estética, alrededor del 40% de la población se ha inyectado bótox o ácido hialurónico. Cerca del 72% de esas personas son mujeres.

¿Cómo escapar? Entre los psicólogos parece haber consenso: para salir de una relación tóxica hay que cortar por lo sano. La propia IA, en una de esas paradojas típicamente postmodernas, ofrece la misma solución. Claro que tal vez las redes las podríamos apagar, pero ¿cómo silenciar todo lo demás? Porque necesitaríamos que tanto la gente que nos rodea, como las instituciones y empresas dejaran de usar algoritmos y reproducir sus sesgos. Otra salida sería, por supuesto, volverse ciega y sorda.

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