Bots, la fábrica oculta de la conversación pública

Ya tengo pensado el caprichito que incluiré en mi próxima carta a los Reyes Magos. Voy a pedir una granja de bots. Son monísimas, fáciles de manejar y puedes llevarlas a todas partes como el maletín de la señorita Pepis, la otra fantasía navideña de las niñas de mi generación. Para alimentar la apetencia por este nuevo objeto de culto, conviene primero desterrar la imagen que teníamos de estas máquinas de generar actividad falsa en las redes sociales. Durante años creímos que las granjas de bots y de trolls se escondían en oscuras oficinas. Como las de aquel edificio de San Petersburgo que en 2016 se hizo famoso en todo el mundo porque, según la prensa occidental, fue allí donde Putin montó un chiringuito de desinformación con el que interferir en la campaña electoral americana que acabó con la victoria de Trump. Decenas de chavales se sacaron un dinerillo publicando lo que se les ordenaba en un perfecto inglés estadounidense y siempre desde cuentas de X o grupos de Facebook inventados para la ocasión.

Las elecciones de 2016 y el referéndum del Brexit dieron la medida de la prometedora capacidad de estas granjas para generar una actividad falsa y masiva de forma coordinada y amplificar la desinformación y la polarización. Nació así un arma política global que despertó el apetito de los partidos políticos y los gobiernos. Y, al mismo tiempo, un gran negocio que se extendió por todo el mundo: Europa del Este, América y Asia, de donde llegó una de las primeras imágenes que conservamos de una granja de bots. Una mujer sentada frente a un panel inclinado en el que reposan, colocados en formación, tres filas de teléfonos móviles. Como si de una pianista de la impostura se tratara, la empleada recorre con sus dedos todos los teléfonos para enviar frenéticamente “me gustas”, compartir publicaciones o retuitear desde cuentas falsas. En la siguiente imagen, el panel de móviles se ha multiplicado por cien, pero ya no son necesarias muchas manos, solo las del joven que manipula todos los teléfonos y dirige una cascada de operaciones en redes sociales desde un solo ordenador.

La última generación de granjas de bots es aún más impresionante. Ahora, la inteligencia artificial permite automatizar muchas de las tareas que realizan los teléfonos móviles, así como crear texto, imágenes o voces. El material es cada vez más difícil de distinguir del que compartiría un usuario auténtico. Los bots se visten de personas, engañan, invaden las redes sociales y secuestran la conversación pública, que pueden inclinar hacia una posición u otra sin intervención humana. Las granjas han sacudido la integridad del marketing digital y la seguridad económica de los anunciantes que se enfrentan a operaciones organizadas con las que pueden desviarse millones de dólares en fraude publicitario. Según el estudio de la empresa de seguridad digital Imperva publicado en 2023, “casi la mitad de todo el tráfico de internet fue realizado por bots”.

Este mercado de manipulación digital a escala planetaria goza de una espléndida salud, pero se anuncia con discreción, salvo algunas excepciones. En TikTok, el usuario @dante.comp ha cautivado a 237.000 seguidores reivindicando sin remilgos éticos las bondades de las granjas de bots que vende con un entusiasmo desbordante. En uno de sus vídeos muestra el rutilante modelo para 2026, ese que ha conseguido colarse en mi lista de regalos navideños. Se trata de una consola coqueta y reducida con capacidad para 20 móviles. Dante te ofrece la granja de la señorita Pepis con sus principales complementos: los programas informáticos para operar con ella, los cursos para aprender a inventar realidades como Dios manda y la promesa de dinero asegurado. Dar servicios a campañas políticas, recuerda el joven gurú de las granjas, es una de las mejores formas de rentabilizar la inversión.