Pedro Sánchez ‘ensaya’ músculo callejero
Pese a sus incongruencias, la causa de Gaza permite al PSOE sacar pecho mucho más que con cualquier otro asunto interno
Dice la derecha que se armó jaleo en la Vuelta ciclista a España porque Pedro Sánchez alentó a los manifestantes. Ya querría cualquier presidente en el cargo tener semejante control de las calles....
Dice la derecha que se armó jaleo en la Vuelta ciclista a España porque Pedro Sánchez alentó a los manifestantes. Ya querría cualquier presidente en el cargo tener semejante control de las calles. La realidad es que Sánchez se puso al frente de la protesta para capitalizarla, en un contexto donde pocos temas propios le quedan para movilizar a la izquierda. El coste de la vida hace estragos, el PSOE parece por ahora incapaz de sacar unos presupuestos adelante, pero si algo sigue moviendo al progresismo es una causa como Gaza.
Así que La Moncloa lleva tiempo abanderando un sentimiento de indignación al que, sin embargo, es fácil señalarle varias incongruencias. Sánchez ha sido uno de los mandatarios más activos alzando la voz contra el Gobierno de Israel, algo que le ha costado reproches dentro y fuera de nuestro país. Ahora bien, no es menos cierto que España ha estado estos dos años manteniendo intercambios comerciales con el país de Benjamín Netanyahu, que —por ejemplo— solo se canceló hace unos meses aquel contrato de compra de balas israelíes cuando la noticia saltó a la opinión pública, o que el embargo de armas, de materializarse, no se aplicará a las bases de Rota y Morón: el Ejecutivo niega que se vaya a modificar el convenio por el cual Estados Unidos tiene libertad de no informar del destino final del armamento que desde allí se transporte. Salirse del Festival de Eurovisión es un gesto vistoso —hay quien cree que es mejor eso que nada— pero la desazón vendrá cuando la misma vara de medir no se aplique en otras competiciones.
En consecuencia, es una causa humanitaria la que permite al PSOE sacar pecho mucho más que cualquier asunto interno. Sánchez logra capear la fiscalización por su obra de Gobierno o los casos judiciales en curso, centrando la atención en temas donde la frustración no corre de su cargo, sino que depende de las acciones de un Ejecutivo extranjero como el israelí. Nuestro impacto sigue siendo más simbólico que decisivo con Palestina, sin restarle valor a que la posición de España pueda arrastrar la de otros países.
En cambio, es llamativo cómo La Moncloa ha roto esa misma conexión con el sentir popular en otros temas domésticos, que preocupan y mucho a la izquierda. El ejemplo son las manifestaciones por la vivienda de 2024. Por más que el grueso de competencias esté en manos de las autonomías, las medidas del Gobierno en siete años han resultado estéticas para contener unos precios que siguen batiendo récords. La ayuda de 30.000 euros para la compra protegida se dirige a los jóvenes —cuando el problema permea entre más edades—; el bono alquiler acaba siendo capturado por el casero; poco se sabe de las 180.000 viviendas que el presidente prometió construir. Produce estupor además ver a ministros felicitarse a diario por la economía, mientras la red ferroviaria languidece, o el bolsillo de las familias lleva décadas resintiéndose. El famoso “cohete económico” tiene letra pequeña: crecemos más por aumento del volumen de trabajadores, autóctonos o migrantes, que por incrementos sustanciales de los salarios frente a los precios.
Sin embargo, Gaza se ha vuelto un tema de batalla doméstica porque está enormemente polarizado. Una parte del centroderecha —como en el caso de Isabel Díaz Ayuso— se ha tendido a colocar del lado de Israel, lo mismo que la ultraderecha: Santiago Abascal viajó a reunirse con Netanyahu. El problema para Alberto Núñez Feijóo es que, a medida que los organismos internacionales se vayan pronunciando —una comisión independiente nombrada por la ONU ha acusado a Israel de ser responsable de “genocidio” por su ofensiva en Gaza— su perfil bajo tal vez empiece a pesarle. Hasta una parte de la ultraderecha lamenta que Vox no se queje —si tan patriotas son— cuando el Ejecutivo de Netanyahu manda duros comunicados sobre España. Ello permite a la izquierda buscarle las costuras a la oposición.
El caso es que la derecha ya recela. No solo se ha dado cuenta de que Sánchez tiene varios ases en la manga y no piensa marcharse, por mucho que se recrudezca el panorama judicial en las próximas semanas. A la derecha le ha dado miedo constatar que, incluso si la izquierda pierde las elecciones, su músculo en las calles seguirá fuerte para movilizarse contra un Gobierno de Feijóo y la ultraderecha. Hay altavoces especulando con que Sánchez pueda seguir en la oposición, si pierde el poder en los siguientes comicios a la espera de que un Ejecutivo del PP apoyado por Vox sea débil y caiga rápido. Algunas voces creen, incluso, que las protestas en la Vuelta son una especie de ensayo de lo que le espera a Feijóo en la década venidera.
En definitiva, el presidente es acusado de oportunismo, al tirar de aquella máxima según la cual las causas o los valores siempre mueven más que los partidos o las siglas. Que se lo digan a Sumar o Podemos, que han quedado desplazados en dos de las pocas banderas que les quedaban: la palestina, y la de jugar a ser indignación y gobierno. Ese es el ensayo del Pedro Sánchez más callejero: aun con dosis de parálisis política, es capaz de liderar —o de apropiarse— del sentir social de la izquierda en España.