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No era una IA, eran 700 indios

Builder.ia, la empresa que prometía una inteligencia artificial capaz de crear aplicaciones a la carta, resulta una estafa

La semana tiene nombre propio: Builder.ia. Se trata de una start up británica que llamó la atención de medio mundo con una premisa tan seductora que parecía irreal. Según decían, la empresa permitía desarrollar aplicaciones de forma automatizada y sin ningún tipo de intervención humana. Llegó a estar valorada en más de 1.500 millones de dólares y la estrella de la marca era Natasha, una inteligencia artificial (IA) que, en teoría, podía diseñar y codificar aplicaciones siguiendo solamente las peticiones de los usuarios. “Tan fácil como pedir una pizza”, era la ingeniosa frase con la que se publicitaba. Resultó que todo era una farsa, de la que se han hecho eco desde hace días medios como Bloomberg o CNBC.

La compañía no es que exagerara el papel de la inteligencia artificial en los procesos de desarrollo de las apps que demandaban los clientes; es que directamente ocultó que casi todo el trabajo lo hacían en realidad trabajadores humanos en la India. La empresa tenía a más de 700 ingenieros contratados en Asia que picaban código, a mano y a destajo, y luego enseñaban el producto como si fuera fruto de un avanzadísimo algoritmo. Y no solo era una estafa al consumidor: la compañía fingía contratos, amañaba sus cuentas e inflaba el número de usuarios para captar inversores. Y le funcionó: el fondo soberano de Qatar metió mucho dinero y Microsoft llegó a invertir más de 400 millones de dólares en el proyecto. Con estos mimbres hay quien, de hecho, ya habla de que se trata de la primera gran estafa de la era de la IA.

La de Builder puede ser la mayor estafa sobre la IA hasta ahora, pero desde luego no es el primer engaño digital de nuestra era. Si en enero Planeta Futuro publicaba un siniestro reportaje sobre los miles de personas que permanecen cautivas en el sudeste asiático y son forzadas a engañar a usuarios de aplicaciones de citas, en abril la policía detenía a seis personas por estafar 19 millones a más de 200 víctimas por medio de inteligencia artificial, sobre todo en la compraventa de criptomonedas. Son solo dos ejemplos entre decenas; solo hace falta teclear “estafa digital”.

Una vez descubierta la estafa, las redes han hecho su labor prospectiva y han recuperado decenas de vídeos en los que medios de todo el mundo daban espacio acrítico tanto a la empresa como a su creador, Sachin Dev Duggal, que se paseaba allá donde le dejaban vendiendo las bondades de su revolucionaria empresa. Que a nadie le extrañe si de todo esto acaba saliendo una película en plan El lobo de Wall Street.

A posteriori, claro, resulta más fácil señalar al estafador. Pero lo cierto es que el pastel de Builder se destapó no por las sospechas de su milagrosa propuesta ni por las investigaciones periodísticas en sí, sino por la chapuza de su gestión interna. Tuvo varios cambios de gestión en los últimos meses y a mediados de mayo la compañía alertó de problemas económicos. “A pesar de los incansables esfuerzos de nuestro equipo actual, el negocio no ha logrado recuperarse de desafíos históricos y decisiones pasadas”, se lamentaba la empresa en un comunicado a mediados de marzo. Fue entonces cuando los medios se pusieron a investigar, cuando el hedor ya era insoportable.

Desde ahora deberíamos pensárnoslo dos veces antes de dar cobertura o espacio mediático a empresas que prometen milagros digitales, por mucho que los Sachin Dev Duggal vayan a cualquier plataforma a vender sus crecepelos. Si se llama unicornio a la start up que alcanza un valor superior a los 1.000 millones, no cabe duda de que este unicornio siempre estuvo muerto. Y seguro que no es el único. De todos modos, no hace falta salir del terreno semántico equino para trazar una metáfora a la altura, porque conviene recordar que “IA” suena a rebuzno.

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