Nuestro apagón
Es responsabilidad de uno disciplinarse, no la del Estado fracasar para que, a la fuerza, uno lo consiga
Johann Hari empieza su ensayo El valor de la atención (Península) cambiando móvil y ordenador por dos aparatos sin conexión, y se obliga vivir sin la Red: pese a todo, sigue estirando aprensivamente el brazo a la mesilla si despierta a cualquier hora, y llevándose la mano al bolsillo cada rato por la calle. Lo que más extraña de internet un au...
Johann Hari empieza su ensayo El valor de la atención (Península) cambiando móvil y ordenador por dos aparatos sin conexión, y se obliga vivir sin la Red: pese a todo, sigue estirando aprensivamente el brazo a la mesilla si despierta a cualquier hora, y llevándose la mano al bolsillo cada rato por la calle. Lo que más extraña de internet un autor como él, que ha viajado por todo el mundo entrevistando a científicos fascinantes, son sus estadísticas, cuánto estarían subiendo sus seguidores en Twitter o Instagram. Dispara datos: la gente habla mucho más deprisa que hace 50 años, y en dos décadas las personas caminan un 10% más rápido. En 1986, toda la información que se lanzaba sobre un ser humano medio equivalía a 40 periódicos al día; en 2007, recibimos información equivalente a 174 periódicos diarios. Como pretender beber de la boca de una manguera de incendios.
Hari recuerda al profesor Skinner y su famosa teoría: uno puede tomar a un animal que parece decidir por su cuenta a qué presta atención, y conseguir que preste atención a lo que uno quiera: una paloma, pulsar un botón para comer. “Muchos animales son capaces de concentrarse en cosas muy complejas, y para ellos sin sentido, si se les recompensa adecuadamente”. Años después, los diseñadores de Instagram tomaron nota: si reforzamos a los usuarios para que se tomen selfies (corazones, likes, seguidores), ¿empezarán a hacerlo obsesivamente, igual que la paloma alarga el ala para tener más alpiste?
Contra esa teoría de Skinner se levantó Mihály Csíkszentmihályi y su teoría del flujo: es posible la concentración absoluta, la inmersión en una actividad ajenos a estímulos externos y, sobre todo, refuerzos. Elegir una meta, que tenga sentido y que esté en el límite de tu capacidad. No escalar una montaña para llegar a la cima, sino por el hecho de escalarla. Para eso, para esas falsas estampas de un día en España (¡he leído un libro!, ¡he paseado dos horas en paz!) con la gente concentrada feliz en sus actividades y sin móvil, no es necesario un país previo al caos, un apagón general y una visita tétrica al siglo XIX. Es responsabilidad de uno disciplinarse, no la del Estado fracasar para que, a la fuerza, lo consiga.