Una profesora ante el acoso escolar
Los lectores escriben sobre el ‘bullying’, la actriz Karla Sofía Gascón y la precariedad laboral que sufren los jóvenes
Soy profesora y constantemente escucho que no actuamos o no estamos cuando a un alumno le acosan. La realidad es otra. Llorar, eso es lo que hacemos. Llorar por no poder meternos en las cabezas de esos niños que no saben lo que están haciendo cuando destrozan la vida de su “compañero”. Llorar por no saber dónde acudir. Llorar por no tener tiempo para poder gestionarlo con tranquilidad. Llorar porque hay muchos “mañana lo vemos”, pero estamos saturados y el mañana no llega y el niño sufre. Llorar porque tus palabras no calan en los que acosan. Llorar por no tener la formación necesaria para gestionar este tipo de situaciones y por el sentimiento de impotencia, el sufrimiento que eso genera en los docentes. Llorar por ser estigmatizados injustamente en muchos casos. Y rezar. Rezar sin ser creyente. Rezar para que esos niños paren. ¿Alguien conoce la solución? ¿A alguien le sobra tiempo?
Juana Martín Albo. Alcobendas (Madrid)
La cancelación selectiva de Karla Sofía Gascón
Karla Sofía Gascón es mi compañero de EGB: el que soltaba un “maricón” si decía que no me gustaba el fútbol. Es el parroquiano del bar donde tomo el café, que lanza gruñidos en cuanto sale el Congreso por la tele. Es mi barbero que, tras pelar a un musulmán, me señala la silla vacía con asco. Es el monitor del gimnasio que se siente obligado a comentar en voz alta cuando una chica hace piernas. Con esos llevo toda la vida. Los escucho, los esquivo, los aguanto. Nunca vi que alguien los cancelara. Siguen ahí, intocables, porque no tuitean: disparan en corto, sin pruebas ni testigos. ¿Y Gascón? Ella hizo cine. Arte. Y, por eso, tiene una nominación al Oscar y una pira encendida a sus pies. Que sus palabras duelen, sí. Pero también duele ver que la hoguera es solo para quien sube al escenario. Los otros, mientras, siguen de pie. Y, lo peor, gratis.
Israel Box. Archena (Murcia)
La generación de las prácticas infinitas
En unos días me dirán si me aceptan en unas prácticas que, para ser sincera, no sé si quiero. Pero las necesito, porque sin estas no podré acceder a otras, en una cadena infinita donde siempre falta experiencia, incluso para los puestos más básicos. Resulta que ahora hay que haber hecho prácticas para poder hacer prácticas. ¿Puede el mercado laboral dejar de asfixiarnos cuando ni siquiera hemos terminado de poner un pie en él? Nos ofrecen sueldos ridículos —cuando los hay— y aún esperan que nos arrodillemos para agradecer la oportunidad que nos brindan. 300 euros al mes durante seis meses en una ciudad como Madrid no da ni para el alquiler. Parece que la precariedad no es solo una condición, sino un ritual de sumisión.
Ananda Manjón Pérez. Madrid