Las paradojas de Karla Sofía Gascón
Es reduccionista imaginar que ser trans implica tener determinadas opiniones
En 1996, el físico Alan Sokal envió un artículo a Social Text, una revista académica de estudios culturales. En la pieza, titulada Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica, explicaba entre otras cosas que la realidad física era “un constructo lingüístico-cultural”. Cuando se publicó, Sokal reveló que todo era una broma: pretendía mostrar que, con las credenciales y la jerga adecuadas, un cúmulo de absurdeces podía figurar en una publicación universitaria, que académicos posmodernos empleaban referencias científicas sin entenderla...
En 1996, el físico Alan Sokal envió un artículo a Social Text, una revista académica de estudios culturales. En la pieza, titulada Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica, explicaba entre otras cosas que la realidad física era “un constructo lingüístico-cultural”. Cuando se publicó, Sokal reveló que todo era una broma: pretendía mostrar que, con las credenciales y la jerga adecuadas, un cúmulo de absurdeces podía figurar en una publicación universitaria, que académicos posmodernos empleaban referencias científicas sin entenderlas, que la pereza reinaba donde debía operar el rigor. Esta versión del emperador desnudo despertó polémicas e imitaciones. Para algunos ha quedado desfasada: ahora la confusión y el fraude están tan extendidos que su denuncia pasaría inadvertida.
Otra interpretación postula que estamos atrapados en un bucle de su legendaria broma. Uno de los mejores ejemplos es el caso de la actriz Karla Sofía Gascón (con quien no tengo parentesco, que yo sepa). Inicialmente algunos la defendían, entre otras cosas porque era una mujer trans: la primera trans nominada al Óscar, en el año del regreso de Trump a la Casa Blanca. Visiones negativas de la película que protagoniza, Emilia Pérez, salvaban su interpretación. Ahora, cuando hemos conocido sus posts ofensivos en las redes sociales, es incómoda: al menos, para Netflix. Es bruta, bocazas, dice cosas racistas; es españolaza y hasta del Real Madrid. Como ha escrito Sergio del Molino, si los académicos pensaban que “merecía el Óscar por su trabajo en Emilia Pérez, no hay ninguna razón para que hoy opinen lo contrario. Lo que tuitease la actriz hace años no forma parte de su interpretación”. Por otra parte, es reduccionista imaginar que ser trans implica tener determinadas opiniones. Y podríamos plantear un experimento mental acerca de si los posts de la actriz habrían causado un escándalo similar si hubiera criticado a otros. Si la zafiedad de sus comentarios no se hubiera dirigido a los magrebíes y George Floyd, al islam y su trato a la mujer, a Podemos o al independentismo, sino a otros destinatarios, la reacción habría sido distinta: quizá algunos verían en ella hasta un ejemplo de compromiso. La transgresión tiene reglas muy estrictas, y en el siglo de las minorías hay que tener cuidado de no pertenecer a la minoría equivocada. Como señalaba el protagonista de Skin Deep (Una cana al aire), de Blake Edwards, Dios es un escritor de gags y, como escribió Emil Cioran, “una civilización evoluciona de la agricultura a la paradoja”.