Una nueva ilusión en Bluesky
Unos intentan dar la batalla estéril de la desinformación en X, otros han huido a una nueva plastaforma. El peligro es convertirla en otro lodazal
El desalojo de la acampada de Barcelona el 27 de mayo del año 2011 sirvió para que el periodismo experimentase con Twitter. Con el cosquilleo en la punta de los dedos de la última hora, se practicó la narración en directo. Contar al momento cómo policías, pertrechados con cascos, escudos, porras y escopetas de pelotas de goma, intentaban ganar la batalla a los resistentes de la plaza de Cataluña, símbolo del movimiento del 15-M. Y vibrar con el éxito del hashtag #acampadabcn volando de teléfono en teléfono, hasta conseguir la reconquista del lugar.
Pasear por el timeline de aquellos días supone viajar a un pasado reciente que resuena muy lejano. Todavía mandaban los 140 caracteres (lo bueno, si breve…) y nadie pagaba porque se viesen sus tonterías más que a los demás. Pero lo más nostálgico es la inocencia con la que se interactuaba con cualquiera. Se debatía, se hablaba y se opinaba con todo el mundo, conocido o no, sin miedo a ser linchado a la primera de cambio.
“Soy lo suficientemente vieja para recordar cuando ver las notificaciones así en Twitter era motivo de interés y no de acojone”, escribe la periodista de esta casa, Patricia Fernández de Lis. Lo acompaña de una imagen de una campanita, y un aviso de 30 notificaciones. Pero lo hace en Bluesky (¿/bluskai/ o /bluski/?), la red social alternativa a la que ha recurrido un montón de personas (un millón de nuevos usuarios diarios en los últimos días) para escapar del algoritmo y los bots en el X de Elon Musk.
El debate desde que Donald Trump ganase las elecciones en Estados Unidos es más intenso que nunca: quedarse o irse de X, esa es la cuestión. La red se ha convertido para muchas personas (léase periodistas, políticos, tertulianos y demás fauna salvaje) en un lugar de comunicación unidireccional: compartir midiendo cada palabra la información que se desea y cerrar los ojos, muy fuerte, con las notificaciones apagadas y la esperanza de que nada malo pase. Mientras, al otro lado de la grada esperan los adictos a la gresca, ansiosos por saltar a la arena e iniciar una pelea con cualquier engreído que pretenda tuitear y salir indemne.
Entre quienes acuerdan que X ya no es un lugar agradable para socializar, compartir o contar, los hay que han decidido resistir para “dar la batalla de la desinformación”. Como el que no se separa de la máquina tragaperras, con la ilusión de que la siguiente moneda será la definitiva y le caerá una lluvia de euros. Como si la banca de Elon Musk no ganase siempre, en cualquier contexto. Otros permanecen en la red como continuarían con la pareja de toda la vida a la que ya no se besa antes de ir a dormir, porque más vale malo conocido que bueno por conocer. Una oda al qui dia passa, any empeny, (quien pasa el día, empuja el año) que tampoco es poco, atesorando cada seguidor, que en ocasiones valen su peso en oro.
Y otros han encontrado una nueva ilusión en Bluesky. Se les nota a leguas. Ni siquiera la foto de perfil es la misma: muchos han vuelto a enseñar la cara, sin miedo. Y en lugar de robots, vuelven a parecer personas. “Yo en X, yo en Bluesky”, resume el usuario Cafestera, acompañándolo de una imagen de la mítica Dr. Jekyll y Mr. Hyde de 1920.
Pero lo peor no ha pasado aún. Todavía quedan pruebas que superar. La primera, no regresar a X: es siempre más fácil volver que irse para siempre. Y si se logra, tampoco se debe desaparecer del todo, no sea que alguien suplante la identidad del abandonador. Y por último, el riesgo final: que la ilusión por la nueva relación dure dos días, y a la primera de cambio convirtamos Bluesky en otro lodazal.