Imprescindibles cascos azules

Los ataques del ejército israelí contra la fuerza de paz de la ONU en Líbano suponen una agresión intolerable al derecho internacional

Soldados italianos de las fuerzas de paz de la ONU se resguardan en un búnker en una ciudad al sur del Líbano, en septiembre pasado.Marwan Naamani (Dpa/Picture Alliance/Getty)

Benjamín Netanyahu exigió este domingo al secretario general de la ONU, António Guterres, que retire inmediatamente los 10.000 soldados de la fuerza provisional de Naciones Unidas para el Líbano (Unifil, por sus siglas en inglés) desplegadas en la llamada Línea Azul o zona de seguridad que marca los límites entre Israel y Líbano. Esta exigencia ha venido precedida sobre el terreno por admoniciones de las tropas israelíes a las internacionales para que abandonen sus posiciones, demandas acompañadas además por ataques con fuego real que han provocado por ahora cinco heridos entre los cascos azules. La ONU denunció este mismo domingo que dos tanques israelíes habían penetrado por la fuerza en uno de sus cuarteles después de destruir la puerta principal y lanzar gases en el interior.

La fuerza multinacional, de la que forman parte más de 600 soldados españoles, cumple un encargo unánime del Consejo de Seguridad —renovado este pasado agosto— para asegurar el alto el fuego que siguió a la breve guerra de 2006 entre Israel y a Hezbolá. Hoy ambas partes están vulnerando de forma flagrante la resolución 1701 del órgano ejecutivo de Naciones Unidas: Hezbolá por el lanzamiento de misiles sobre territorio israelí desde el otoño de 2023; Israel por los bombardeos de respuesta sobre posiciones de la milicia chií y por la entrada de sus tropas en la zona de seguridad. A esto hay que sumar el ataque directo a las fuerzas de la Unifil y los bombardeos indiscriminados sobre civiles libaneses, que han alcanzado repetidamente Beirut.

Así las cosas, podría parecer que la misión de la fuerza de paz de la ONU ha dejado de tener sentido. Es justo lo que Netanyahu pretende conseguir con sus advertencias y amenazas. Pero la gravedad de la escalada bélica indica todo lo contrario. Si se quiere obtener un alto el fuego, nada más útil que contar sobre el terreno con los efectivos necesarios para aplicarlo. Es lógico que pidan su retirada quienes no lo quieren. El primer ministro israelí prefiere actuar sin la presencia de esos testigos incómodos que son los cascos azules. Durante el último año de guerra en Gaza y solo hasta el 30 de junio pasado —es decir, antes de la actual campaña bélica—, los soldados de Naciones Unidas habían registrado más de 15.000 trayectorias de distintos tipos de artefactos explosivos sobre la Línea Azul: 12.500 fueron lanzados desde Israel, con un alcance de hasta 130 kilómetros, y unos 2.600 desde el Líbano, que penetraron hasta 30 kilómetros.

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Los ataques de Israel a los cascos azules bajo el pretexto de que Hezbolá los utiliza como escudo demuestran una vez más el desprecio de su Gobierno al derecho internacional y a las Naciones Unidas, cuyo secretario general fue declarado persona non grata por alertar sobre la masacre de civiles en Gaza. Y se suman al desafiante discurso de Netanyahu ante su Asamblea General minutos antes de ordenar bombardear Beirut.

Es imprescindible regresar a un alto el fuego que, según fuentes libanesas, la milicia proiraní está dispuesta a aceptar tras las severas pérdidas sufridas. En lugar de buscar la escalada, urge que callen las armas. Contra Líbano, contra Gaza y contra Cisjordania. También, por supuesto, contra Israel, cuyos ciudadanos en poder de Hamás deben ser liberados inmediatamente. La paz no llegará si no se respetan las resoluciones de Naciones Unidas. Y para su aplicación es imprescindible la sacrificada y peligrosa labor de los cascos azules.

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