Trump muerde el anzuelo de Harris

La candidata demócrata consigue demostrar en el debate que su egocéntrico rival es una amenaza para el futuro de Estados Unidos

Kamala Harris escucha a Donald Trump durante el debate presidencial, en Filadelfia (Pensilvania).DEMETRIUS FREEMAN / POOL (EFE)

Tras el derrumbe de Joe Biden en el debate contra Trump de junio, la expectación ante el duelo del expresidente con la nueva candidata demócrata era enorme. Kamala Harris logró en Filadelfia todo lo que Biden no fue capaz de conseguir en Atlanta. Ganó en el fondo y en la forma. Su concienzuda preparación desarboló a la más improvisada actuación de su rival. Al tiempo, se presentó como relevo generacional para pasar la página de la polarización extrema que contamina la política estadounidense desde la aparición en escena del magnate neoyorquino. Colocó los lemas de su campaña en el momento justo mientras Trump jugaba permanentemente a la defensiva. A los republicanos solo les quedó culpar a los árbitros, unos moderadores que simplemente se atrevieron a hacer su trabajo al cuestionar al menos los bulos más disparatados del expresidente.

Ganar un debate tan trascendente —quizá el único entre ambos de la campaña, dado que a Trump no le han quedado muchas ganas de repetir— no garantiza en absoluto ganar las elecciones. Las presidenciales del 5 de noviembre se decidirán probablemente por unas decenas de miles de sufragios en media docena de Estados clave. En ellos, los votantes indecisos e independientes inclinarán la balanza. Y si alguno de los dos candidatos sembró el debate de argumentos para cosechar sus votos, fue la vicepresidenta.

Tanto Biden como Trump eran desde el principio candidatos impopulares entre la mayoría de la población, pero la edad y la pérdida de agudeza mental del presidente en ejercicio convertían los comicios en gran medida en un referéndum sobre su capacidad. Con Biden fuera de juego, los demócratas siempre han creído que una de las claves para ganar era hacer de las elecciones un referéndum sobre Trump.

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La demócrata aprobó su examen con buena nota asumiendo el papel de una fiscal que trata de convencer al jurado de la amenaza que Trump supone para el futuro de Estados Unidos. Lo retrató como un egocéntrico obsesionado consigo mismo que no se preocupa por los ciudadanos. Le batió en los principales temas —de la inmigración al derecho al aborto— y le lanzó puyas con el fin de provocarle. Trump, que había despreciado la inteligencia de su rival, cayó en la trampa arrastrado por su ego. Harris logró así que su rival mostrase su peor cara. Al expresidente se le vio enfadado, levantó la voz y se deslizó por el terreno de la hipérbole. Su afirmación de que los inmigrantes se comen los perros, gatos y demás mascotas quedará para la historia de los debates presidenciales estadounidenses como el mejor ejemplo de sus disparatados bulos.

La visión apocalíptica de Estados Unidos que vende Trump tiene muchos clientes. El expresidente se ha mostrado casi invulnerable ante escándalos sexuales, imputaciones penales y condenas judiciales. Un debate no va a provocar que sus fieles le abandonen, pero el de Filadelfia no le ha servido para ampliar su base electoral ni para cambiar la inercia positiva que favorece a Harris.

Los demócratas siguen presentando a Trump como el favorito. Les conviene para movilizar a sus votantes. Los sondeos, a la espera del impacto del debate, dan hasta ahora una ligera ventaja a Harris en el voto popular, pero un empate técnico cuando se considera que al presidente lo elige el Colegio Electoral. Quedan casi ocho semanas de campaña. Y todo por decidir.

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