El mar ha vuelto a casa

De pronto una mañana me incorporé en la cama y vi que las olas volvían a batir la escollera

"De pronto una mañana me incorporé en la cama y vi que las olas volvían a batir la escollera".Kirk Fisher (Getty Images/iStockphoto)

Cuando comencé a vivir en la casa de Denia, hacia el final de los años 60 del siglo pasado, veía el mar desde la cama. Veía salir y regresar a puerto las barcas de pesca y el oleaje golpeando la escollera los días de temporal. La casa tenía alrededor campos de almendros, de naranjos y viñedos. Cerca había una granja adonde los niños iban a comprar huevos y leche con una cesta como la de Caperucita; desde una residencia de evangelistas situada en la falda del Montgó cada mañana me despertaban los acordes de un órgano y los cánticos de un coro juvenil que se expandían por la extraordinaria sonor...

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Cuando comencé a vivir en la casa de Denia, hacia el final de los años 60 del siglo pasado, veía el mar desde la cama. Veía salir y regresar a puerto las barcas de pesca y el oleaje golpeando la escollera los días de temporal. La casa tenía alrededor campos de almendros, de naranjos y viñedos. Cerca había una granja adonde los niños iban a comprar huevos y leche con una cesta como la de Caperucita; desde una residencia de evangelistas situada en la falda del Montgó cada mañana me despertaban los acordes de un órgano y los cánticos de un coro juvenil que se expandían por la extraordinaria sonoridad del valle. El jardín estaba cercado por una hilera de palmeras recién plantadas que fueron creciendo a medida que el desarrollo y la especulación comenzaron a llenar de cemento todo el paisaje. Las palmeras ganaron altura hasta que al cabo de los años las palmas taparon la visión del mar. Las nuevas urbanizaciones terminaron por invadir todo el territorio y el horizonte azul que se veía desde la cama se convirtió en una ensoñación. Ha pasado más de medio siglo de todo eso hasta que la lucha entre la vida y la muerte ha terminado por producir una vez más el milagro. Debido a una plaga llegada precisamente de Egipto, la del picudo rojo, algunas palmeras han muerto y ha habido que serrarlas por el tronco. De pronto una mañana me incorporé en la cama y vi que las olas volvían a batir la escollera. El mar había regresado a casa. Si al olmo viejo, podrido y hendido por el rayo del poema de Machado le habían brotado algunas hojas verdes y el poeta esperaba para si un milagro semejante de la primavera, en este caso las palmeras muertas han devuelto al jardín la visión de aquel horizonte azul de los veranos de mi juventud y la memoria de un aire incontaminado que me traía hasta la cama los acordes de un órgano unidos con el sonido de las barcas de pesca que salían a faenar. Por encima de la muerte agarrada a los troncos podridos de las palmeras veo ahora cruzar los veleros.

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