El azar y el voto

Nuestro margen para decidir con plena autonomía es más estrecho del que pensamos. Por eso conviene reivindicar cada acción en que una decisión sea exclusivamente nuestra

Votantes en un colegio electoral de Santiago de Compostela en las generales del 23-J.ÓSCAR CORRAL

La vida son cada vez más números y menos letras. Nosotros mismos somos un número: para las empresas, para las máquinas que recopilan datos en internet, para la Agencia Tributaria, para las aseguradoras que calculan las probabilidades de que tengamos algún siniestro... Al cabo, los días pueden explicarse en estadísticas de las que formamos parte muchas veces sin querer.

Nos dicen que con una vida saludable conjuraremos determinadas enfermedades, sin que nadie nos lo pueda garantizar del...

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La vida son cada vez más números y menos letras. Nosotros mismos somos un número: para las empresas, para las máquinas que recopilan datos en internet, para la Agencia Tributaria, para las aseguradoras que calculan las probabilidades de que tengamos algún siniestro... Al cabo, los días pueden explicarse en estadísticas de las que formamos parte muchas veces sin querer.

Nos dicen que con una vida saludable conjuraremos determinadas enfermedades, sin que nadie nos lo pueda garantizar del todo. Nos dicen que moriremos más tarde si preservamos un determinado estilo de vida, pero eso no depende tanto de nosotros como de nuestra renta. Nos dicen que luchemos por lo que queremos, pero la realidad demuestra que con la voluntad no basta. La vida, en fin, está en nuestras manos hasta cierto punto. Desde luego, mucho menos de lo que nos gustaría.

Somos el resultado de lo que decidimos y también de una mezcla de imprevistos que se nos escapan. Para empezar, del lugar en que nacimos. Yo no estaría escribiendo este artículo ni usted lo estaría leyendo si en vez de ser de aquí fuéramos de un confín del planeta asolado por la guerra o la miseria. Si hubiéramos nacido en Siria o en Sudán o en Gaza nuestras prioridades ahora serían distintas, y la diferencia fundamental entre ellos y nosotros tan solo es el lugar de nacimiento.

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Es tan obvia esa suerte que apenas reparamos en ella y pensamos que todo lo que nos pueda venir en la vida será fruto de nuestro empeño. Dependerá de nosotros, claro, pero también de un millón de cosas. Al comienzo de su último libro, Manuel Vicent ha escrito: “La vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una maraña de sueños y pasiones que el tiempo macera a medias con el azar”.

Eso somos: lo que creemos que somos y lo que podemos ser, hasta que se nos acabe la suerte. Quizá sea una de las certezas que con mayor descaro hemos decidido ignorar: que nuestro margen para decidir con plena voluntad y autonomía es más estrecho del que pensamos. Por eso conviene reivindicar cada una de esas escasas acciones en que una decisión sea nuestra y de nadie más, ajena a cualquier azar. Por ejemplo, votar.

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