tribuna

La perversión del lenguaje o la banalización de las palabras

La suma de lo políticamente correcto y la tergiversación lleva a la manipulación de la sociedad

La escritora J. K. Rowling en 2018.getty

No descubro la sopa de ajo si digo que estamos sumidos —de palabra y de facto— en la moda de lo inclusivo, como evolución de lo políticamente correcto y para afianzar las ideologías de género, tan en boga en la izquierda líquida. Así las cosas, J. K. Rowling, la aclamada autora de Harry Potter, consciente como pocos del poder de las palabras, no ha tardado en enfrentarse a la reciente Ley de Delitos de Odio y Orden Público de Escocia, ...

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No descubro la sopa de ajo si digo que estamos sumidos —de palabra y de facto— en la moda de lo inclusivo, como evolución de lo políticamente correcto y para afianzar las ideologías de género, tan en boga en la izquierda líquida. Así las cosas, J. K. Rowling, la aclamada autora de Harry Potter, consciente como pocos del poder de las palabras, no ha tardado en enfrentarse a la reciente Ley de Delitos de Odio y Orden Público de Escocia, porque a su juicio limita la libertad de expresión y minará los derechos de las mujeres. Y lo ha hecho en distintos tuits utilizando en ellos los pronombres en función del sexo de cada una de las personas citadas, señalando que esperaba que la arrestaran. Es indiscutible que pocos como ella se atreven a defender en público su ideología con coherencia, convencimiento y argumentos, a pesar de la penalización que pueda suponerle.

Al hilo de esto, pensé cómo, cada vez más, son muchas las palabras que, teniendo un uso concreto y definido —sí, por la RAE, pero también socialmente—, se tergiversan o usan casi diría a su libre albedrío, por no decir de forma torticera, o que se haya multiplicado el uso de eufemismos, hasta casi eliminar los términos originales, evitando llamar a las cosas por su nombre, todo en aras del “bien quedar” tan característico de la izquierda líquida que nos rodea.

No sé yo cómo hemos llegado aquí, si por falta de interés, de cultura o por simple dejadez, aunque sospecho que quizás haya también algo de mala intención, pero diría que, a mi juicio, este viene siendo uno de los males endémicos de este siglo. Si uno nombra las cosas de forma distinta a su definición, qué duda cabe que podemos llegar a conclusiones erróneas, porque la perversión del lenguaje es una sutil forma de control social.

Me explico.

¿Que presentamos a Eurovisión una canción que se titula Zorra? Pues repetimos, hasta la saciedad, que no estamos haciendo referencia a uno de los insultos más utilizados para denigrar a las mujeres, ni siquiera a una de las situaciones —la prostitución— a la que se ven abocadas, obligadas también, miles de mujeres vulnerables, digamos que es algo empoderante (para otro artículo dejo reflexionar acercar del horrible uso de la palabra empoderante). ¿Que se pagan menos impuestos en Cataluña? Pues titulamos: “Cataluña ocupa el último lugar en el ranking de competitividad fiscal en España”, en lugar de decir: los ricos pagan menos impuestos en Cataluña. ¿Que vivimos en una crisis? Llamémosle desaceleración, eso por no hablar de que a diario hay guerras pacíficas o bombardeos amistosos.

Ni que decir tiene que si entramos en el terreno del feminismo, entonces sí podemos quedarnos a cuadros, como acabamos de ver: no digamos mujer, hablemos de “seres menstruantes”; no hablemos de alquilar a una mujer, digamos “maternidad subrogada”, no mencionemos a la madre como la que pare, hablemos de “progenitor gestante”, no hablemos de vagina, digamos “personas con agujero delantero”...

Lo curioso de todo esto es que políticos, periodistas y opinólogos de cualquier arco ideológico se afanan en utilizar los términos como mejor les conviene, o como les parece que van a quedar mejor con su audiencia o su medio de comunicación, independientemente de su significado real. Así, poco a poco, van calando palabras que no dicen lo que significan, o significados ocultos tras palabras rimbombantes: inclusivo, resiliente, sostenible…

Todo ello en un claro intento de manipular a la opinión pública, porque saben que —las redes y la inmediatez se impone— asimilamos conceptos, no ideas, sin casi reflexión.

Junto con la palabra mujer, otra cuyo uso ha sido más tergiversado y manipulado es fascismo. De un tiempo a esta parte todo es fascismo. Pero lo cierto es que si todo es fascismo, nada lo es. No olvidemos a Isabel Díaz Ayuso cuando dijo en un ya lejano 2021 en una entrevista: “Cuando te llaman fascista sabes que lo estás haciendo bien y que estás en el lado bueno” y los suyos aplaudieron y los que no son suyos la criticaron. Mientras, la gente, a quien los grandes dictadores del siglo XX le quedan lejos —ya sabemos que se lee poco— se hace su composición de lugar asimilando un discurso que en realidad nada ofrece como alternativa a la derecha más que la palabreja en cuestión, sin llegar nunca a su significado real. ¿Y qué me decís de la palabra “libertad”? Eso que para Ayuso es sinónimo de tomar cañas y para Aznar era conducir borracho (recordaréis cuando dijo que quién era el Estado para impedirle conducir después de algunas copas de vino).

Se juntan así dos lenguajes, el políticamente correcto, o neolenguaje, con la tergiversación de toda la vida, llegando, con el uso de ambos, a una misma conclusión: la manipulación de la sociedad. Porque uno y otro intentan modificar conductas y actitudes de la sociedad y así reducir su capacidad de juicio y análisis. Por favor, luchemos por llevar la contraria a Goebbels, con aquello de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, y apostemos por la realidad.

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