¿Puede la democracia brasileña recuperar su alma?

Si Bolsonaro y los militares golpistas son finalmente juzgados y condenados, sería un comienzo para un cambio de paradigma

El expresidente brasileño Jair Bolsonaro sale de la sede de la Policía Federal tras declarar sobre los disturbios del 8 de enero, en Brasilia, Brasil, el pasado 18 de febrero.UESLEI MARCELINO (REUTERS)

Una operación de la Policía Federal de Brasil bautizada como Tempus Veritatis (Tiempo de la Verdad) ha revelado lo que ya era claramente visible pero aún no había pruebas suficientes para afirmar: el extremista de derecha Jair Bolsonaro planeó un golpe para perpetuarse en el poder y, para ello, contó con el apoyo de militares de alt...

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Una operación de la Policía Federal de Brasil bautizada como Tempus Veritatis (Tiempo de la Verdad) ha revelado lo que ya era claramente visible pero aún no había pruebas suficientes para afirmar: el extremista de derecha Jair Bolsonaro planeó un golpe para perpetuarse en el poder y, para ello, contó con el apoyo de militares de alto rango. Otros militares de alto rango no apoyaron la ruptura constitucional, pero tampoco la denunciaron ni arrestaron a sus colegas golpistas. La investigación aún no ha terminado y, de momento, a Bolsonaro sólo se le ha incautado el pasaporte. Lo que ocurra a partir de ahora podría definir el futuro de la democracia en Brasil.

En gran medida, el Brasil actual es el resultado de la amnistía que se concedió a los militares que secuestraron, torturaron y ejecutaron durante la última dictadura, que duró 21 años, de 1964 a 1985. A diferencia de países vecinos como Argentina, que al recuperar la democracia juzgaron a los criminales de Estado y encarcelaron a torturadores y dictadores, Brasil optó por la amnistía. Esta marca de la impunidad, que ha permitido que las personas torturadas puedan encontrarse a sus torturadores en la panadería, ha deformado la democracia brasileña.

Lo que puede aceptarse sin que la democracia pierda su alma tiene un límite. Brasil lo cruzó entonces y, desde ese momento, lo cruzaría varias veces, empezando por el hecho de que los negros y los indígenas aún viven bajo un régimen de excepción de derechos. Jair Bolsonaro, un capitán del Ejército que comenzó su carrera en la política tras ser juzgado —y vergonzosamente absuelto— por la justicia militar por planear actos terroristas como medida de presión para conseguir un aumento de sueldo, es hijo de esta democracia corrompida al nacer. A lo largo de su carrera política, cometió varios actos tipificados como delito en el Código Penal, incluida la incitación a la tortura, y nunca se le detuvo. Tanto es así que llegó a ser presidente de Brasil.

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Si finalmente se responsabiliza a Bolsonaro de sus actos y se condena a los militares de alto rango por planear un golpe de Estado, será un cambio de paradigma para Brasil. Muy lejos todavía de algo que se asemeje a la “normalidad democrática”, pero, aun así, decisivo. Tanto es así que Bolsonaro ha convocado a sus seguidores a hacer una demostración de fuerza el próximo domingo uniéndose a él en una manifestación en São Paulo, la mayor ciudad del país. A algunos les pidió que acudieran con “la medalla de las tres íes”, una obscenidad con su foto acompañada de los tres adjetivos que cree que le representan: “Indesempalmable, inmorible e inenculable”. Pero para cualquiera que aprecie la justicia y la vida, a Bolsonaro solo le caracterizan tres ges: grotesco, golpista y genocida. Se espera que la p de preso le alcance pronto al fin.

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