Sumar, el desorden de tu nombre

El gran batacazo de la izquierda en Galicia es una oportunidad para repensar el proyecto más allá del ‘marketing’

La candidata de Sumar en Galicia, Marta Lois, durante la rueda de prensa celebrada en Santiago de Compostela tras conocer los resultados electorales.Brais Lorenzo (EFE)

La última vez que estuve en Galicia fue en Ferrol, para hacer un reportaje sobre Yolanda Díaz. Hubo gente que me habló bien, otros regular y alguno mal, lo lógico en estos casos, pero hubo algunos que, sin entrar en valoraciones personales ni políticas, mostraron su preocupación por la nueva aventura y el nuevo nombre, Sumar, ¿qué era eso de Sumar? “Mira”, me dijo Pilar Díaz, ...

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La última vez que estuve en Galicia fue en Ferrol, para hacer un reportaje sobre Yolanda Díaz. Hubo gente que me habló bien, otros regular y alguno mal, lo lógico en estos casos, pero hubo algunos que, sin entrar en valoraciones personales ni políticas, mostraron su preocupación por la nueva aventura y el nuevo nombre, Sumar, ¿qué era eso de Sumar? “Mira”, me dijo Pilar Díaz, exalcaldesa de Mugardos por Izquierda Unida, “un partido político no es una ONG. A veces, para sacar adelante tus ideas tienes que dejar a gente en el camino, y eso no tiene nada que ver con las relaciones personales. Me preocupa el liderazgo comunicativo, porque no crea organización, sino que la destruye. La experiencia me dice que un proyecto de izquierdas sin una organización detrás no existe. Y en la izquierda hemos cambiado demasiado de nombre en los últimos tiempos. Eso despista a los nuestros. Los hace desconfiar”.

No me gusta meter en los reportajes declaraciones tan largas, pero aquella la puse entera, con un guion largo por delante y su punto y aparte al final, para que destacase. Tal vez porque el día anterior había ido a San Valentín, un barrio construido para los trabajadores de Astano, para hablar con Manolo Veiga, un viejo sindicalista de Comisiones Obreras que fue amigo de los padres de Yolanda Díaz. Estuvimos hablando del sindicato, del partido, de la amistad, de los viejos códigos. Al despedirse me dio un apretón de manos del que todavía me estoy recuperando, pero en apenas una hora supe que era un tipo de fiar. Dijo algo parecido a lo de la alcaldesa de Mugardos: “Esto de cambiarse de nombre no me da buena espina, como si nos avergonzáramos de lo que somos”.

Eduardo Saborido, un superviviente del Proceso 1001 —la detención en 1972 de 10 dirigentes de Comisiones—, cuenta que su implicación política surgió por una conversación cazada al vuelo en la fábrica de Sevilla en la que entró de aprendiz. “Los comunistas”, decía un compañero, “son los únicos que están. Estarás de acuerdo con ellos o no, pero son los únicos que están, y además son buena gente, dan la cara cuando hay que darla”.

Los tiempos han cambiado, afortunadamente, pero los resultados de la izquierda en Galicia son una estupenda oportunidad para ver si esa loca carrera por el marketing, el tuit más ingenioso y la sonrisa perenne puede que valga en algunos barrios coquetos de Madrid, pero no en los territorios naturales de la izquierda, ahora páramos desolados sobre los que Vox ya hace tiempo que vuela en círculo. ¿Cómo se puede ilusionar a la izquierda si a lo más que aspira —el domingo en Galicia, dentro de poco en el País Vasco— es a convertirse en el peón de brega de los partidos independentistas, con los que no se comparten más valores que el de salvarse juntos de la quema? No hay más que meterse en las redes sociales para constatar la vacuidad de las discusiones sobre un batacazo electoral que parece marcar el fin de una época.

Menos mal que, en medio del temporal, siempre hay un motivo para la esperanza. El tuit de Miguel A. Rodríguez que cuenta la historia de Nadia Nadim:

-- Los talibanes asesinan a tu padre cuando eres niña. Escapas con tu madre de Afganistán y llegas de milagro a Dinamarca. Y consigues representar a la selección nacional de fútbol danesa. Más de 200 goles. Y terminas medicina. Y 11 idiomas…

Ya lo decía el viejo califa rojo de Córdoba: “Programa, programa, programa”. Trabajo, trabajo, trabajo.





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