Tesoros ocultos
Los mismos resortes tecnológicos que ayudan a movilizar a una turba de locos en su afán por derribar una democracia nos regalan ahora una nueva forma de mirar a un cuadro y cultivar con sus personajes una cierta intimidad
Comencemos hoy con una pequeña confesión. He dejado de contar las veces que he deseado cerrar todos los perfiles que tengo en las redes sociales, tirar la tarjeta del 4G a la basura y pasarme al móvil con tapita, solo apto para llamadas a mis seres queridos. Abriría entonces una crêperie como modelo alternativo de actividad que garantice el sustento familiar. En qué momento, me pregunto, se me ocurrió dejar el periodismo de televisión y dedicarme a husmear en las redes como un perrillo entusiasta y confiado en que...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Comencemos hoy con una pequeña confesión. He dejado de contar las veces que he deseado cerrar todos los perfiles que tengo en las redes sociales, tirar la tarjeta del 4G a la basura y pasarme al móvil con tapita, solo apto para llamadas a mis seres queridos. Abriría entonces una crêperie como modelo alternativo de actividad que garantice el sustento familiar. En qué momento, me pregunto, se me ocurrió dejar el periodismo de televisión y dedicarme a husmear en las redes como un perrillo entusiasta y confiado en que suculentos huesitos aparecerían en el camino. Afortunadamente, los ataques de hartazgo ceden rápido porque recorrer este sendero por el que transitan las redes sociales y el periodismo resulta apasionante. También una inmejorable atalaya desde la que comprender cómo las redes han asentado un modelo de comunicación multidireccional que ha transformado muchas esferas de nuestra vida.
Trabajar intensamente con las redes sociales comporta en 2024 algunos riesgos, ya que las vistas que ofrece esta red de “balcones” digitales no siempre son agradables. El diseño algorítmico ha favorecido que el odio viva una esplendorosa época como vector de cohesión política y social. Aceptamos el insulto como animal de compañía y damos por bueno que las mentiras y las creaciones falsas más sofisticadas convivan en nuestros móviles con lo que una vez llamamos verdad. Los grandes popes tecnológicos como Zuckerberg se excusan con la boca pequeña de los daños colaterales que dejan sus imperios como la mermada salud mental de los adolescentes. Y todo ello sucede mientras miles de niñas emergen, de la mano de TikTok, como la primera generación de viejas prematuras a causa de la obsesión por los cosméticos que sus influencers favoritas inoculan en sus vulnerables cerebritos.
Por todo ello resulta casi balsámico que en medio de este panorama, veamos emerger dentro de una red social algo que reprima nuestras ganas de salir corriendo. Pequeños tesoros de belleza a los que la dinámica algorítmica, empeñada en realzar lo feo, no consigue relegar a la irrelevancia. Es lo que ha sucedido estos días con una publicación de la cuenta de Twitter (X) del Museo del Prado de Madrid que camina hacia el millón de visualizaciones en varias redes y se ha convertido en su publicación más compartida del año. En apariencia no hay nada ni narrativa ni tecnológicamente apabullante, tan solo un sencillo montaje de vídeo que muestra detalles de algunos de los cuadros expuestos en el museo. A la narración visual le acompaña una música, el tema El poder del arte de Robe. Cada verso de la canción, maridado con el fragmento de un cuadro, es capaz de otorgar un nuevo sentido a los personajes del lienzo, de acercarnos a ellos. Y en esa red social que a veces cerramos porque nos quita el humor, nos sorprendemos ahora enredados en algunas emociones nuevas con personajes que inmortalizaron Tiziano, Velázquez, Brueghel El Viejo o Rubens y a muchos de los cuales ya conocíamos. Los mismos resortes tecnológicos que ayudan a movilizar a una turba de locos en su afán por derribar una democracia nos regalan ahora una nueva forma de mirar a un cuadro y cultivar con sus personajes una cierta intimidad.
Claro que sí, la cultura también está presente en las redes sociales. Solo hace mirar más allá del desorden y el ruido. El arte se esconde en los perfiles de decenas de museos del mundo que comparten sus tesoros en las redes, como hacen también talentosos ilustradores, fotógrafos y grandes divulgadores culturales. Como reza el tema de Robe, “el arte bien nos pudiera salvar de una vida inerte, de una vida triste y de una mala muerte”. Qué bien suenan esas palabras en este momento de una disrupción tecnológica tan vertiginosa.