Lo que vale un cero
Del olvido nos sacuden los aniversarios y las cifras redondas. Y el número que en teoría menos valor tiene es el que más se usa para dar importancia a los hechos
Jorge Luis Borges escribió un verso y con ese verso Héctor Abad Faciolince tituló una novela memorable, El olvido que seremos. Se habla poco del olvido como la pulsión que mueve el mundo, porque suelen mencionarse antes la ambición y el odio, pero en realidad es el olvido lo que pretenden los más poderosos porque, en el fondo, no podemos recordarlo todo. Y el cerebro escoge. El ejemplo más reciente y más palmario es Vladímir Putin, que se puso a luchar contra la memoria en cuanto comprobó q...
Jorge Luis Borges escribió un verso y con ese verso Héctor Abad Faciolince tituló una novela memorable, El olvido que seremos. Se habla poco del olvido como la pulsión que mueve el mundo, porque suelen mencionarse antes la ambición y el odio, pero en realidad es el olvido lo que pretenden los más poderosos porque, en el fondo, no podemos recordarlo todo. Y el cerebro escoge. El ejemplo más reciente y más palmario es Vladímir Putin, que se puso a luchar contra la memoria en cuanto comprobó que la invasión de Ucrania no sería la guerra fugaz que imaginó. Ante los primeros síntomas de resistencia, ordenó masacres que obligasen al mundo a dejar de mirar, por cansancio y porque ver el horror todos los días se hace insoportable; así que contó con que el tiempo fuera enquistando el conflicto para que ya no importe. ¿Quién se acuerda ahora de Ucrania?
Del olvido nos sacuden los aniversarios redondos —cuando se cumple un mes o un año o una década de lo que ignoramos— y también nos sacuden las cifras redondas, las que acaban con un cero o con varios. Resulta que el número que en teoría menos vale, que es el cero, es el que más se utiliza para dar valor a los hechos: un valor simbólico, que limpia nuestra conciencia, pero no se traduce en nada.
Ha vuelto a las primeras planas la tragedia humana que Israel —denunciado por genocidio— ha abatido sobre Gaza en respuesta a la masacre de Hamás del 7 de octubre. Y ha vuelto porque, según el Ministerio de Sanidad de la franja, la cifra de asesinados rebasa los 25.000, con sus tres ceros. La mitad de los muertos son niños. La tensión en el mar Rojo y el espanto de los bombardeos diarios habían empezado a derivar los focos hacia otras partes, hasta que la cifra redonda le dio a la tragedia real una dimensión simbólica. Pasará con los 30.000 que, a este paso, llegarán.
¿Cuál es el valor político o periodístico que cambia una realidad según haya 24.999 o 25.000 muertos; según se cumplan de algo tres meses o tres meses y 14 días? Las cifras dan la dimensión aritmética aunque, llegados a esta escala, es imposible imaginar el daño concreto y real de cada asesinato y comprender su alcance. El riesgo pues es el olvido o, peor, la indiferencia, porque cuesta observar una realidad por la que, según la Media Luna Roja, dos madres palestinas mueren asesinadas cada hora. Los niños muertos son más de 12.300. De acuerdo con las cifras que recopila Naciones Unidas, en Gaza muere más gente cada día de la que moría en Siria o en lo peor de la guerra de Irak. En Gaza matan a más de 230 personas a diario, y llegaron a ser 330 en el primer mes del conflicto.
Mantener la memoria —ejercicio que nos exige a nosotros y a nuestros principios— resulta lo último que se puede hacer cuando ya no se puede hacer nada. Mantener la memoria y la mirada, y resistirse al olvido. Eso puede hacerse, al menos como compromiso, sin tener que esperar a que lleguen las cifras redondas llenas de ceros con un valor simbólico tan alto y tan grande que, en realidad, apenas cambien las cosas de sitio.