Taiwán consolida su democracia
El resultado de las elecciones presidenciales ratifica la independencia del país respecto al anexionismo chino
Los comicios presidenciales en Taiwán, los primeros con significado geopolítico en un año electoral trascendental en todo el mundo, han arrojado un resultado que conforta al statu quo pero inquieta al régimen de Pekín, decidido partidario de avanzar hacia la anexión. Ha vencido Lai Ching-Te, el actual vicepresidente y candidato del Partido Democrático Progresista, formación que por tercera vez retiene la primera magistratura —ya alca...
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Los comicios presidenciales en Taiwán, los primeros con significado geopolítico en un año electoral trascendental en todo el mundo, han arrojado un resultado que conforta al statu quo pero inquieta al régimen de Pekín, decidido partidario de avanzar hacia la anexión. Ha vencido Lai Ching-Te, el actual vicepresidente y candidato del Partido Democrático Progresista, formación que por tercera vez retiene la primera magistratura —ya alcanzada en 2016 por su predecesora, Tsai Ing-wen— y que el régimen chino señala como un peligro para sus proyectos expansionistas.
El problema de China con Taiwán no es de identidad ni de soberanía, sino de democracia. La alta participación, de un 70%, en un país donde el voto no es obligatorio y debe depositarse personalmente, sin alternativa postal o electrónica, revela el compromiso de los ciudadanos. La brecha entre ambos regímenes se ha ensanchado en los últimos años, a medida que crecía el autoritarismo vitalicio de Xi Jinping mientras se consolidaba la democracia de la sociedad taiwanesa.
La distancia entre la opinión taiwanesa, especialmente de las jóvenes generaciones, y el régimen de la China continental se ha incrementado a partir de la negativa evolución de Hong Kong desde 2020, cuando Pekín sometió a la excolonia británica a su pleno control autoritario, encarceló a la oposición y destruyó su incipiente sistema parlamentario. China se halla a la cola en los índices de democracia en el mundo, mientras que Taiwán es la primera de Asia y la décima global.
La eventualidad de que se hiciera realidad la quimérica consigna de un solo país capaz de albergar dos sistemas, uno democrático y otro autoritario, se ha desvanecido desde la llegada de Xi al poder, hace más de 10 años. Mientras se iban cerrando los improbables caminos hacia una convergencia pacífica y consensuada con los taiwaneses, se han incrementado las amenazas militares, intensificadas durante la campaña electoral.
Las apetencias anexionistas de Pekín, fijadas temporalmente para antes de 2049, fecha del centenario de la fundación de la República Popular, no bastan para explicar la ansiedad del régimen comunista. Taiwán no es tan solo una de las sociedades más abiertas y liberales del mundo, y por tanto, un mal ejemplo para la China comunista, sino el primer productor de semiconductores, la materia prima por excelencia de la industria digital. Su próspera democracia desmiente la ecuación que vinculaba el ascenso y la prosperidad al autoritarismo de un sistema de partido único, sin elecciones ni pluralismo. La primera reacción de su gigantesco vecino, que ha rechazado la representatividad del voto, habla por sí sola. Lai, el nuevo presidente, ha señalado que quiere sustituir las políticas de contención mutua por el intercambio y el diálogo. Es el mejor camino posible para la estabilidad regional y mundial.