Gloria al río Huerva
Leo que hay un proyecto municipal con financiación diversa, incluidos fondos europeos, para rehabilitar el río, ponerle senderos, hierba, arbolicos, y dárselo hermoso y limpio a los viandantes
En 1980 estábamos en la cocina. Éramos estudiantes y una voz radiofónica anunció la muerte del escritor Alejo Carpentier, por quien uno sigue profesando una sostenida veneración que se traduce en lecturas esporádicas. El caso es que vivíamos en un piso alquilado de la calle Huerva, que es adonde yo quería ir a parar en este escrito. Agregaré que en ocasiones un vecino ciego subía a regañarnos porque armábamos ruido. Se quejaba parado ante la puerta y nosotros, seguros de que no podía vernos, le hac...
En 1980 estábamos en la cocina. Éramos estudiantes y una voz radiofónica anunció la muerte del escritor Alejo Carpentier, por quien uno sigue profesando una sostenida veneración que se traduce en lecturas esporádicas. El caso es que vivíamos en un piso alquilado de la calle Huerva, que es adonde yo quería ir a parar en este escrito. Agregaré que en ocasiones un vecino ciego subía a regañarnos porque armábamos ruido. Se quejaba parado ante la puerta y nosotros, seguros de que no podía vernos, le hacíamos jeribeques. Pues bien, la ventana de mi cuarto se abría al río Huerva, que a mí me parecía un río más zaragozano que el Ebro, entonces en los bordes de la ciudad, aún no expandida hacia el otro lado. Las pobres aguas del Huerva desaparecían poco después, no muy cristalinas bajo las casas. Yo disponía para mis contemplaciones de un tramo de escaso interés poético. La corriente se aceleraba allí debido a un desnivel. Alguien había arrojado al cauce una señal de tráfico. Supongo que por tal razón dicha señal habría perdido su vigencia. Enfrente, en unas oquedades del talud, se juntaban las parejas a hacer lo suyo a la vista de los inquilinos de nuestro edificio, descontando al ciego. Total, que dejé Zaragoza, ciudad capital de mi modesta biografía, y 43 años después leo que hay un proyecto municipal con financiación diversa, incluidos fondos europeos, para rehabilitar el río Huerva, ponerle senderos, hierba, arbolicos, y dárselo hermoso y limpio a los viandantes. “Resurrección del río” la llaman. ¡Qué bonito es resucitar! Aún más bonito me parece que en lo básico, quizá no en ciertos detalles, los partidos políticos del Consistorio estén de acuerdo. Ojalá, en otros lugares de España, los mismos partidos contendientes tomen nota de que las vías civilizadas y constructivas resultan de mayor provecho para los sufridos ciudadanos que la gresca interminable.