¿Y si el 2024 fuera el año de la esperanza?

El pesimismo acaba siendo tantas veces más resistente que la pura realidad. El miedo de los ancestrales sigue, a veces adormecido y a veces vivo, en lo hondo de cada ser humano

El Cristo Redentor de Río de Janeiro durante las celebraciones del año nuevo, este 1 de enero.STRINGER (REUTERS)

Si examinásemos las redes sociales mundiales del 2023 y las de inicio del 2024 veríamos que la palabra más escrita y pronunciada ha sido la de la esperanza de un mundo mejor.

Nos lo hemos deseado unos a otros, en todas las lenguas, de punta a punta del mapa. Días atrás habían sido, sin embargo, identificadas 522.000 menciones de que el mundo se iba a acabar. ¿Será verdad que en lo más profundo de cada uno de nosotros sigue viv...

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Si examinásemos las redes sociales mundiales del 2023 y las de inicio del 2024 veríamos que la palabra más escrita y pronunciada ha sido la de la esperanza de un mundo mejor.

Nos lo hemos deseado unos a otros, en todas las lenguas, de punta a punta del mapa. Días atrás habían sido, sin embargo, identificadas 522.000 menciones de que el mundo se iba a acabar. ¿Será verdad que en lo más profundo de cada uno de nosotros sigue viva la esperanza?

El psicoanalista brasileño Christian Dunker afirmó que “hay un clima de esperanza en el aire”. ¿Será verdad? ¿Con dos guerras en curso y amenazas de otras posibles en el aire? ¿Con el miedo a la hecatombe climática? ¿Con el rebrotar de una extrema derecha nihilista? ¿Con el miedo que imponen los nuevos descubrimientos de las máquinas inteligentes? ¿Con el cabreo casi universal que se respira de Oriente a Occidente?

La verdad es que nunca la esperanza fue una flor fácil de cultivar. El pesimismo acaba siendo tantas veces más resistente que la pura realidad. El miedo de los ancestrales sigue, a veces adormecido y a veces vivo, en lo hondo de cada ser humano. ¿Y también la esperanza? Sí. Y por eso el mundo sigue en pie y por ello nos acabamos de desear unos a otros en las últimas horas esperanza y felicidad.

Todo ello me ha hecho recordar mis años de joven estudiante de teología en los años 50 en Roma, donde tuve la suerte de asistir a algunas clases del entonces famoso dominico Garrigou Lagrange, considerado uno de los mayores teólogos de todos los tiempos. Uno de sus alumnos fue por cierto el Papa polaco Juan Pablo II cuando estudió en Roma. Para aquel teólogo francés fue creada una nueva asignatura hasta entonces desconocida: la de la teología mística.

En una conversación personal que tuve con él una tarde de un agosto tórrido en Roma me confió que de las tres virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad, para él la más difícil de todas en su vida había sido la esperanza. No me dijo por qué.

A distancia de tantos años ese vocablo tan manido de la esperanza resurge cada vez de las cenizas como un ave fénix para recordarnos que la vida es más fuerte que la muerte. De ahí las profecías religiosas de que la vida no acaba, solo se transforma.

Para quienes apostamos no por el fin del mundo, sino por un futuro mejor para nosotros y para quienes nos seguirán, también este 2024 podría sorprendernos con el resurgir de nuevos motivos de esperanza. ¿Y si las dos guerras en curso que amenazan la paz mundial acabaran? ¿Y si la enigmática inteligencia artificial que aún nos asusta nos regalara al final nuevas posibilidades en el campo de la medicina para vivir más y mejor?

¿Y si de esa extrema y lúgubre derecha que parece querer asfixiarnos, surgiera como contrapeso una nueva política vestida de una nueva democracia despojada de la corrupción que hoy la atenaza? ¿Y si por fin los que rigen los destinos del mundo tomaran conciencia de que estamos de verdad envenenando el planeta y dedicasen a salvarlo lo que hoy gastan en armas y vergonzosos intereses personales?

Esperanza es una palabra difícil de digerir sumergidos como estamos en profecías de hecatombes personales y universales. Y, sin embargo, no existe otro camino ni otra aspiración mejor para los que recogerán nuestro relevo que esa apuesta difícil, tozuda, que nos recuerda la ya famosa frase del físico y matemático, Galileo Galilei: “Eppur si muove” [y, sin embargo, se mueve], pronunciada al final del juicio al que fue sometido en 1633 por el Tribunal de la Inquisición al defender que la Tierra se mueve alrededor del sol.

En esta mi primera columna del año nuevo quiero apostar, como el rebelde matemático italiano hace más de cuatro siglos, que a pesar de todo el pesimismo que parece abrazar al mundo, la esperanza será siguiendo la palabra mágica y liberadora que debería ser escrita en la puerta de cada hogar y en el corazón de cada de unos de nosotros.

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