Tribuna

Antisemitismo y sentimiento de culpa

La guerra de Gaza está produciendo en Alemania un debate en torno a la libertad de expresión donde se advierte un cambio generacional en el cual el pensamiento sobre Israel es diferente

Olaf Scholz, en la celebración del Día de la Comunidad judía en Berlín el día 16 de diciembre.ANNEGRET HILSE (REUTERS)

La escena pertenece a una comedia romántica situada en un colegio de Berlín en los años 2000. Los estudiantes se envían sms y algunos llevan pañuelos palestinos como adorno. Ninguna de las dos cosas sería posible hoy con un significado inocente. La primera es obvia consecuencia de la tecnología; la segunda, de la política. Desde el ataque de Hamás, las kufiyas no son bien vistos en muchos institutos alemanes. Los eslóganes parecen un...

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La escena pertenece a una comedia romántica situada en un colegio de Berlín en los años 2000. Los estudiantes se envían sms y algunos llevan pañuelos palestinos como adorno. Ninguna de las dos cosas sería posible hoy con un significado inocente. La primera es obvia consecuencia de la tecnología; la segunda, de la política. Desde el ataque de Hamás, las kufiyas no son bien vistos en muchos institutos alemanes. Los eslóganes parecen una gigantesca pancarta entre Berlín y Boston y los argumentos de bar sobre el conflicto encuentran su cámara de resonancia en internet, donde todo lo que digo y oigo suena bien.

Gaza es un infierno para las partes implicadas, pero cuando por fin el polvo se aposente sobre las cenizas tendremos que reflexionar todos sobre qué ha supuesto esta guerra para pilares de nuestra convivencia como la libertad de expresión o la cultura de hechos compartidos.

En pocos países son tan polémicas las manifestaciones sobre Gaza como en Alemania. Algunas de las pancartas que se ven en Harvard o en Picadilly están prohibidas en Berlín. El derecho de expresión, recogido en la Constitución, camina por una pasarela estrecha si se critica al estado de Israel. Pero en Alemania “toda persona tiene derecho a expresar y difundir libremente sus opiniones”. Este país ostenta uno de los índices de lectura de periódicos más altos del mundo, es cuna de grandes editoriales y son numerosos los debates políticos de televisión con solera. Sea por cultura o por el condicionamiento del idioma —en el que hay que esperar a que tu interlocutor termine para saber si el avión despega o aterriza porque el verbo va al final— a los alemanes les gusta debatir. Sin embargo, la situación en Gaza ha tensionado la libertad de expresión: la línea roja está demasiado lejos, dicen unos; demasiado cerca, dicen otros.

A muchos extranjeros nos llama la atención el ángulo que los debates sobre este conflicto adoptan en Alemania: si en España o en Francia se habla sobre todo de la masacre de palestinos, en Alemania se dedican horas de radio y páginas de periódico al antisemitismo. Sajonia-Inhalt, cuna de la Reforma de Lutero y paraíso del románico, quiere exigir el compromiso de respetar la existencia de Israel a todo el que se naturalice. El director de la Conferencia de Seguridad de Múnich pidió perdón por haberse alineado con la declaración del jefe de la ONU sobre el ataque de Hamás. La rama alemana de Fridays for Future y de Pen International se distancian de sus matrices globales para remarcar que su posición es más próxima a la defensa de Israel.

Un conocido actor, Edgar Selge, reflexionaba hace unas semanas sobre si estaba levantando la voz lo suficiente para proteger a sus amigos judíos, si su silencio se podía comparar al de sus padres frente a los nazis. Por otra parte, la escritora judía Deborah Feldman, autora de Unorthodox y residente en Berlín, cree que aquí se defiende un determinado tipo de judío porque cumple el papel de permitir a Alemania expiar esa culpa y que el resto, aquellos más próximos a la reconciliación con Palestina, son censurados.

Lo cierto, por otro lado, es que los delitos contra los judíos se han multiplicado desde octubre y los lingüistas creen que se están banalizando palabras como nazi, dictadura, antisemita o genocidio, contribuyendo a que su contenido se diluya. El escritor Kurt Tucholsky, que conocía bien la Alemania en la que se quemaron sus libros en 1933, advirtió que su país era una rareza anatómica: escribe con la izquierda mientras mueve la derecha.

Quizá este ruido en torno a la libertad de expresión no señala una línea roja sino el paisaje que se mueve tras esa línea. Nuestra forma actual de informarnos es el caldo de cultivo de las ideas patógenas, que una vez implantadas alteran completamente nuestra fisiología, de forma que lo que votamos nos da las palabras para definir el mundo y no al revés. Quizá también ese paisaje insólito responda a un cambio social. Pronto lo comprobaremos. Una nueva generación que no se siente comprometida con Israel o tiene una relación distinta a la de sus padres y abuelos con la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto acudirá a las urnas en 2024, en lo que será el mayor año electoral de la historia: el 51% de la población mundial estará llamada a las urnas en 76 países.

Dicen que para que algo perdure debe estar hecho de granito o de palabras. Es el momento de elegir palabras más precisas, alejándose tanto de la sacarina como del flemón del exabrupto. Perder el respeto al idioma es el primer paso para perder el respeto a los hechos y a nuestra libertad de pensamiento sobre ellos. Cuando el polvo se pose, el efecto de las palabras quedará.

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