A pesar de todo, los brasileños se sienten orgullosos de serlo

A pesar de todas las crisis políticas, de la profunda desigualdad económica, de la violencia y del enraizado racismo, los brasileños continúan revelándose felices con su país

Decenas de brasileños ondean banderas durante la celebración del 201 aniversario de la Independencia del país sudamericano, en Brasilia, el pasado 7 de septiembre.Arthur Menescal (Getty Images)

Brasil ha seguido esta vez con gran interés la crisis política y hasta existencial vivida por sus hermanos argentinos, ya que el caso de Milei les ha hecho revivir la historia de Bolsonaro. Y, sin embargo, los brasileños, según los últimos sondeos, han sorprendido al revelar que, a pesar de todos los pesares, de todas sus crisis, de sus dolorosas desigualdades, de la permanencia del racismo, del agobio de la violencia que les aqueja se sienten, en una apla...

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Brasil ha seguido esta vez con gran interés la crisis política y hasta existencial vivida por sus hermanos argentinos, ya que el caso de Milei les ha hecho revivir la historia de Bolsonaro. Y, sin embargo, los brasileños, según los últimos sondeos, han sorprendido al revelar que, a pesar de todos los pesares, de todas sus crisis, de sus dolorosas desigualdades, de la permanencia del racismo, del agobio de la violencia que les aqueja se sienten, en una aplastante mayoría, satisfechos y orgullosos de su país.

En la media de 32 estudios, el 83% de la población siente orgullo de serlo y el 74% de vivir aquí. El momento de la estima más baja, del 48% fue durante la presidencia del ultra derechista y golpista, Bolsonaro.

En la obra reciente “Biografía del abismo”, de Felipe Nunes y Thomas Trauman, el país aparece políticamente dividido en dos, entre la izquierda y la derecha, sin espacio para una tercera vía, un centro, reducido a un 6%. Los autores concluyen que lo que acontece en este momento en Brasil, no es sólo una polarización entre izquierdas y derechas, sino una verdadera “calcificación” que se advierte en todos los sondeos.

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Pero lo que llama la atención es que a pesar de todas las crisis políticas, de la profunda desigualdad económica y del enraizado racismo que se resiste a morir; a pesar de la preocupación que atenaza a la población con el recrudecerse de la violencia, los brasileños continúan revelándose felices con su país.

Por ejemplo, según los últimos sondeos de Quaest, mitad de la población confiesa haber sido asaltada alguna vez en su vida. Ello ha llevado al nuevo gobierno Lula a pensar en crear un ministerio dedicado exclusivamente al tema de la seguridad ciudadana, ya que el crimen organizado, con fuertes connivencias con una parte de los políticos que lo usan para la búsqueda de votos, se está convirtiendo en la mayor pesadilla de los ciudadanos.

Lo que llama la atención en los estudios estadísticos es que a pesar de todo, los brasileños siguen sintiéndose orgullosos de serlo. Se revela también en las redes sociales en las que aparece un país feliz, alegre, como si ignorara los problemas graves que los aflige. Ello ha hecho escribir con ironía a la lectora, Mauriza Perlaba del diario, O Globo, que “el Narciso ha dejado de mirarse al espejo”.

Quizás para entender esa aparente contradicción entre la dura realidad social de este país y su alto índice personal de satisfacción de sentirse brasileño, haya que buscarlo en el calidoscopio de sus riquezas culturales, de la mezcla de identidades, de su carácter festivo aún en medio de sus frustraciones e insatisfacciones con los políticos.

Basta un botón de muestra: en la gran São Paulo, la mayor urbe de América Latina, conviven hoy brasileños, hijos o nietos de emigrantes llegados un día de más de 90 países diferentes. Y conviven en paz y hoy se sienten ya, y hasta con orgullo, brasileños a todos los efectos.

Lula ha entendido muy bien el momento existencial que vive el país después del terremoto bolsonarista que dividió dramáticamente al país, y se esfuerza en mantener viva la vocación de los brasileños a la felicidad. Ello le ha llevado días atrás en Brasilia, en una reunión de su partido, el PT, a ser hasta duro, al insistir en que es necesario, a cualquier costo, reunificar al país, que había quedado dividido durante la embestida bolsonarisa. Y eso, según él, “cueste lo que cueste al partido”.

Les ha dicho que deben volver a las bases, ya que según él, se habían alejado de ellas. “¿Será que estamos diciendo lo que la gente quiere escuchar de nosotros?”, les alertó. Lula llegó a decirles que los votos “no se consiguen solo con dinero”. Y acabó tocando otro tabú: la izquierda tiene que ir al encuentro de los millones de evangélicos que han sido captados por la derecha, la mayoría de ellos pobres.

Lula llegó a decirles a los más de dos mil militantes de su partido: “¿Será que estamos diciendo a la gente lo que quiere escuchar de nosotros? ¿O tendremos que aprender con el pueblo como hablar con ellos?”.

Fue esa una de las mayores dificultades que yo mismo encontré al llegar a este país hace 20 años al tener que informar para el periódico de su idiosincrasia, de sus contradicciones y de sus peculiaridades tan marcadas, sobre todo de la tozudez de la gente en mantenerse felices a pesar de todos los pesares.

Es verdad que ese orgullo de ser brasileños que les ha hecho de algún modo alejarse de su identidad de latinoamericanos, tuvo un bajón durante los cuatro años turbulentos del gobierno golpista de Bolsonaro. De ahí los esfuerzos que está haciendo hoy Lula con su nuevo gobierno de devolver a la gente el gusto de la vida y su intento para reunificar al país en lo mejor de su identidad, que es el deseo de felicidad, de convivencia pacifica, de aceptación de las diferencias, valores que el bolsonarismo había echado por la borda.

De cualquier forma, sea la izquierda de Lula que ha conseguido volver al poder, que la ultraderecha bolsonarista, que sigue viva a pesar de todo y espera un traspiés de Lula para levantar la cabeza, lo cierto, y para algunos desconcertante, es que los brasileños, con todos sus pecados, siguen luchando para no perder lo mejor de sus ancestrales: su carácter festivo, su tozudez en querer ser felices, ricos o pobres y el orgullo de no querer cambiarse por nadie. Son, paradójicamente, felices hasta en medio a su infelicidad.

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