Hasta luego

Nunca he dejado de intentar comunicarme por telepatía en el metro

Un vagón del metro de Madrid. VICTOR SAINZ

Conservo desde pequeño la ilusión de comunicarme por telepatía, en el metro, con algún compañero de viaje. Nunca he dejado de intentarlo y el ritual tampoco ha cambiado con el paso de los años. Cierro los ojos y digo mentalmente:

—¿Alguien me escucha por ahí?

Nadie había respondido hasta ahora, aunque a veces me parecía oír un ruido como de estática que cesaba enseguida. Luego, desencantado por este fracaso rutinario, regresaba a mis fantasías habituales. Ayer, sin embargo, después de lanzar el mensaje, escuché un “hola” dentro de mi cabeza. Miré en derredor, por si podía deducir...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Conservo desde pequeño la ilusión de comunicarme por telepatía, en el metro, con algún compañero de viaje. Nunca he dejado de intentarlo y el ritual tampoco ha cambiado con el paso de los años. Cierro los ojos y digo mentalmente:

—¿Alguien me escucha por ahí?

Nadie había respondido hasta ahora, aunque a veces me parecía oír un ruido como de estática que cesaba enseguida. Luego, desencantado por este fracaso rutinario, regresaba a mis fantasías habituales. Ayer, sin embargo, después de lanzar el mensaje, escuché un “hola” dentro de mi cabeza. Miré en derredor, por si podía deducir aquella voz de la expresión de alguno de los rostros que se hallaban cerca de mí, pero no vi nada, quizá porque íbamos muy apretados en el vagón: era hora punta.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Permanecí en silencio, preguntándome si se habría tratado de una alucinación auditiva, cuando enseguida escuché otro “hola” seguido de un “en el fondo, en el fondo”. Miré hacia allí y vi una mano levantada por encima de la multitud de cabezas.

—Te veo —dije.

Se trataba de una mujer algo mayor que buscaba también el lugar desde el que yo le había hablado. Agité, pues, el brazo en el aire, hasta que nuestras miradas se encontraron.

—¿Nos bajamos en la próxima? —le pregunté mentalmente.

—Vale —dijo.

Y al poco allí estábamos los dos, frente a frente, en el andén de Alonso Martínez, sin saber qué decirnos. Ella parecía desconcertada, extraviada, muda. Entonces sacó del bolsillo de su chaqueta un papel en el que alguien había escrito unos dígitos debajo de la siguiente leyenda: “Tengo problemas de orientación, llamen a este número si me encuentran perdida”.

Salimos a la calle, llamé al número y al poco apareció un hijo de la señora que me dio las gracias y se hizo cargo de ella. Según se iban le lancé un “hasta luego” telepático sin obtener respuesta.

Sobre la firma

Más información

Archivado En