Lo que la izquierda brasileña debe entender sobre la prensa crítica

Sería triste e inconcebible cualquier iniciativa por parte de Lula o de su partido contra la libertad de expresión, que es el espejo más fiel de la robustez de cualquier democracia.

Putin y Lula en Alemania, durante una reunión del G8 en 2007.Andreas Rentz (Getty Images)

Hay en Brasil políticos progresistas convencidos de que en la confusión de nuestros días, tras el ajetreo conservador de las redes sociales, los grandes medios tradicionales de información, prensa, radio y televisión de cuño democrático, no deberían criticar a la izquierda.

Está iniciando una guerra larvada contra los grandes medios de comunicación de diferentes matices democráticos promovidos por la vieja izquierda que ha vuelto con Lula al poder aunque esta vez con la ayuda de un centro democrático.

Es como si esa vieja izquierda que, felizmente ha llegado aún a tiempo para fre...

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Hay en Brasil políticos progresistas convencidos de que en la confusión de nuestros días, tras el ajetreo conservador de las redes sociales, los grandes medios tradicionales de información, prensa, radio y televisión de cuño democrático, no deberían criticar a la izquierda.

Está iniciando una guerra larvada contra los grandes medios de comunicación de diferentes matices democráticos promovidos por la vieja izquierda que ha vuelto con Lula al poder aunque esta vez con la ayuda de un centro democrático.

Es como si esa vieja izquierda que, felizmente ha llegado aún a tiempo para frenar los ímpetus de la extrema derecha golpista, se preguntase con espanto cómo se pueden criticar, por ejemplo, ciertas decisiones tomadas por Lula y su nuevo Gobierno. Sí, puede y debe hacerse precisamente para que posibles excesos de confianza en sus apuestas, algunas aún con el cuño de las viejas derrotas del pasado, no acaben empañando la primavera democrática recién estrenada.

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¿Es que no es criticable, por ejemplo, que el nuevo Gobierno haya recortado el presupuesto justamente a los ministerios del Medio Ambiente y de Cultura como ya había hecho Bolsonaro? ¿O que forcejee para poder extraer petróleo de la Amazonia, o que se pretenda desenterrar la ya vieja cuestión del impeachment de la expresidente Dilma que hoy preside con todos los honores el Banco de los Brics? Ello suena más bien a venganza e indispone inutilmente al Gobierno con una buena parte del Congreso.

¿Puede o no ser criticado por los medios de comunicación democráticos el supuesto exceso de gastos y lujo en los numerosos viajes de Lula y su esposa al exterior? La prensa acaba de informar, por ejemplo, que el Presidente ha pedido sustituir su avión oficial por uno nuevo más cómodo, que debería disponer de un dormitorio matrimonial, un despacho, un salón de reuniones y cien lugares de media cama para sus acompañantes. El avión posiblemente escogido tiene un precio de unos 80 millones de dólares. La pregunta que se hace la opinión pública es si no existen en este momento en el país problemas más acuciantes que la adquisición de un avión más moderno y más lujoso para el Presidente. Ni Bolsonaro lo había hecho.

¿Puede o no ser criticada la insistencia de Lula en su apoyo a Rusia y a su líder Putin en el delicado y peligroso conflicto de la guerra con Ucrania? ¿O en la insistencia en defender que Venezuela es una democracia? ¿O sus críticas constantes a Occidente y su empeño en crear una nueva moneda para debilitar al dólar y apoyar a China? ¿Por qué no puede ser cuestionada la, al parecer, excesiva presencia política de la esposa de Lula, Janja en el nuevo Gobierno y en los viajes oficiales al extranjero?

En su afán de defender a Putin, Lula le había hecho saber que si el año próximo quisiera venir a Brasil para participar al G20 “no sería detenido”. Ello porque en este momento el mandatario ruso evita asistir a las cumbres internacionales por miedo a ser detenido gracias a una orden del Tribunal Penal Internacional que en marzo de 2023 emitió un mandato de prisión contra él por los presuntos crímenes en la guerra de Ucrania.

Acosado por los medios de prensa, Lula ha echado primero marcha atrás y ha afirmado que si el líder soviético viniera a Brasil será la policía quién decida si será o no detenido, no él. Más tarde llegó a insinuar que desconocía la existencia de dicho Tribunal mientras el ministro de Justicia, Flavio Dino, no excluye que Brasil pueda decidir salirse. En ese caso Putin sí podría venir tranquilo a Brasil.

¿Pueden ser culpados los medios de comunicación por criticar lo que se considera un exceso de atención política al líder ruso en este momento? Guste o no, los medios de información clásicos, que cuentan con rígidos controles internos sobre la veracidad de los hechos, seguirán siendo en democracia un bastión contra la guerra implantada por las fake news en las redes.

En Brasil sigue aún resonando una frase ya célebre de la expresidente, Dilma Rousseff, que al ganar las elecciones, en su primer discurso afirmó: “Prefiero el ruido de los periódicos al silencio de las dictaduras”. Ella que lleva aún en su carne las cicatrices de la tortura durante la dictadura militar, dio entonces carpetazo a un proyecto del ala más dura de su partido, el PT, que pretendía controlar a los medios de comunicación y a los periodistas.

Hoy que Lula ha vuelto felizmente a la Presidencia, tras la noche oscura del bolsonarismo golpista que siempre odió a los medios de comunicación, sería triste e inconcebible cualquier iniciativa por parte suya o de su partido contra la libertad de expresión, que es el espejo más fiel de la robustez y autenticidad de cualquier democracia.

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