Prensa del corazón en internet (III)

Internet nos brinda la posibilidad de identificarnos como nunca antes con esos nuevos dioses, los famosos, a los que por redes sociales observamos cómo viven, aparentemente, como cualquiera de nosotros

El escritor ruso Vladímir Maiakovski junto a su musa Lili Brik, en 1926 en Yalta.Apic (Getty Images)

¿Por qué los desamores de las celebrities, hoy, como nunca, no son nada más y nada menos que la sobredimensión de cualquier otro (nuestro) desamor? En primer lugar, porque es ya indiscutible que cualquier producto o fenómeno cultural —indiferentemente si abordamos los conceptos “producto” o “fenómeno” desde una perspectiva material o ideal, incluso sin obviar la connotación neoliberal a la que, inevitablemente y desgraciadamente, por sus contextos y sus circunstancias, ambos están sujetos— son un reflejo de la realidad y que, como tales, contienen alguna o más de una verdad sobre esta n...

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¿Por qué los desamores de las celebrities, hoy, como nunca, no son nada más y nada menos que la sobredimensión de cualquier otro (nuestro) desamor? En primer lugar, porque es ya indiscutible que cualquier producto o fenómeno cultural —indiferentemente si abordamos los conceptos “producto” o “fenómeno” desde una perspectiva material o ideal, incluso sin obviar la connotación neoliberal a la que, inevitablemente y desgraciadamente, por sus contextos y sus circunstancias, ambos están sujetos— son un reflejo de la realidad y que, como tales, contienen alguna o más de una verdad sobre esta nos guste o no, su continente y su contenido sean ideológicos o no, estén en la línea revolucionaria correcta o no. En segundo lugar, porque en la era de internet y el totalitarismo de la imagen se nos brinda la posibilidad o se nos impone la necesidad de identificarnos, no como siempre, sino como nunca antes, con esos nuevos dioses, los famosos de hoy, a los que por redes sociales observamos cómo, aparentemente, ríen, lloran, comen, pasean, leen, comparten gustos e intereses, aman y odian, viven, en definitiva, como lo hace o podría hacerlo, supuestamente, cualquiera de nosotros, simples mortales conectados a la Red.

En nuestra contemporaneidad, la prensa del corazón ocupa un espacio concreto y característico en el ciberespacio, en plataformas digitales y redes sociales; atrae a las generaciones de los 2000 ya sea por una simple y perversa identificación del usuario común con el usuario que acumula capital de personalidad, ya sea porque esta identificación permite al usuario común analizar y teorizar cualquier manifestación pop a partir de su propia existencia revelando, de este modo, certezas y evidencias, narrativas y discursos, que tienen que ver con lo individual, en lo personal, pero también con lo colectivo, en lo social. Las rupturas amorosas mediáticas han dejado de ser solo un objeto de chisme y entretenimiento y se han transformado en un medio para reflexionar sobre el amor a principios de nuestro siglo. Sería injusto, y muy poco riguroso, atribuir este hecho exclusivamente a la aparición y a la expansión de internet, ya que el amor ha sido y sigue siendo uno de los grandes temas universales de la historia del pensamiento y del arte; pero es indudable que la sobredimensión popular, y/o masiva, y/o de masas, virtual, en cualquier caso, le merece, por esto y por lo otro, una atención, una crítica, no sé si especial, pero sí honesta, desde una perspectiva marxista.

Supongo que durante el socialismo y, finalmente, en el comunismo, conjeturaremos sobre los amoríos de nuestros líderes y dirigentes, de nuestros artistas, de nuestras vedetes; porque el amor, como el desamor, seguirá existiendo; porque los referentes intelectuales y artísticos, políticos, seguirán siendo deseados; porque la vida seguirá su curso y con ella la curiosidad por las vidas de los demás, por sus penas, por sus tristezas, por sus errores y por sus aciertos; quizás no, no lo sé, da igual, seguro que será mejor. Mientras tanto, equivocada o no, me es absolutamente imposible evitar el antojo de esos reflejos de realidad y sus verdades contenidas para el estudio, como material, como idealizaciones, para comprender y entender uno de los pocos caprichos que me permito: la fascinación por la gente y sus historias, por la construcción de una mitología propia, comunista, por las Cartas de amor a Lili Brik (Ediciones De la Flor, Buenos Aires, 1970), escritora y artista, musa de la vanguardia soviética, amante de Vladímir Maiakovski, el gran poeta de la revolución rusa. Por poner un ejemplo, vaya.

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