Por qué la UE merece un aprobado en este curso político
Hay motivos para insatisfacción y crítica. Pero varios elementos apuntan a que el grupo ha estado a la altura del desafío histórico que enfrenta con el ataque ruso
Llega agosto, se cierra un curso político europeo, y es un momento propicio para esbozar un balance.
Lo ocurrido desde el pasado mes de septiembre proporciona sin duda motivos de insatisfacción o crítica acerca del desempeño del proyecto europeo. El refuerzo de las capacidades de Defensa avanza con lentitud; la reforma de las normas que rigen la zona euro permanece empantanada entre disensos; el Parlamento Europeo fue protagonista de un lamentable escándalo -el Qata...
Llega agosto, se cierra un curso político europeo, y es un momento propicio para esbozar un balance.
Lo ocurrido desde el pasado mes de septiembre proporciona sin duda motivos de insatisfacción o crítica acerca del desempeño del proyecto europeo. El refuerzo de las capacidades de Defensa avanza con lentitud; la reforma de las normas que rigen la zona euro permanece empantanada entre disensos; el Parlamento Europeo fue protagonista de un lamentable escándalo -el Qatargate-; la defensora del pueblo europeo vuelve a mirar las actuaciones de Frontex, cuyo historial va acumulando manchas; el motor francoalemán ha mostrado muchas señales de falta de cohesión, mientras los sedicentes patriotas europeos que quieren menos UE han ganado fuerza en varios países; la economía ralentiza, los altos tipos de interés complican mucho la vida a cantidad de hipotecados. La lista podría seguir.
Sin embargo, la UE ha estado a la altura del examen histórico planteado por la invasión rusa de Ucrania. Los Veintisiete han respondido con considerable unión y eficacia. Recordemos cuál era el escenario cuando empezó el curso en septiembre: el espectro de una brutal crisis energética que impactaría en el invierno sobrevolaba el continente. Se temía un fuerte retroceso económico, graves disrupciones, malestar social, pugnas descarnadas por ayudas de Estado asimétricas. Se podía intuir el contorno de una progresiva desfiguración de la unión en el apoyo a Ucrania, con tóxicas discrepancias internas. Esa era la apuesta de Vladímir Putin. Pero nada de eso pasó.
Al igual que ante el Brexit y la pandemia, la UE ha mantenido en este curso la cohesión y la solvencia. De un plumazo, el grupo ha sabido sobreponerse a la tremenda dependencia energética de Rusia. Un invierno suave ayudó, sí, y no todo está resuelto. Pero el camino recorrido en este apartado es extraordinario. En paralelo, poco a poco, los socios europeos han ido profundizando en el apoyo a Kiev. No solo en lo financiero, lo esperable a la vista del historial Venus de la UE, sino también en lo militar, a lo Marte. El Fondo Europeo para la Paz ya alcanza una dotación de 12.000 millones, en gran medida dirigidos a suministrar armas a Ucrania. Pero, además, muchos Estados miembro han dado pasos militares difícilmente imaginables en el agosto pasado. Alemania entrega tanques Leopard; Francia, misiles de alcance ya muy considerable; un puñado de países ha tomado el liderazgo para que Ucrania pueda disponer de F-16. En algunos aspectos, los europeos ahora van por delante de EE UU.
En paralelo, tras lustros en estado catatónico, el proceso de ampliación de la UE se ha reactivado. Los obstáculos permanecen enormes y no se han dado pasos concretos, pero es indiscutible que en este curso ha cuajado un renovado impulso político alrededor de la idea, especialmente después del viraje protagonizado por una Francia hostil a la idea durante lustros, y ahora más dispuesta.
Hay más. Este mes de julio ha quedado aprobado finalmente el Chips Act, que promueve la autonomía estratégica de la UE. En junio, los socios dieron luz verde a importantes medidas de reforma en el área de migración y asilo tras años de bloqueo. En marzo, quedó plasmada la prohibición de vender vehículos con motores de combustión a partir de 2035. En todos estos apartados se puede sostener que los avances son insuficientes. Pero no se puede negar su valor, máxime si se tiene en cuenta las dificultades propias de una organización con 27 socios.
Incluso en el plano militar, donde tanto recorrido queda, hay movimientos relevantes, con un notable crecimiento del gasto, proyectos piloto para compras mancomunadas, colaboraciones para desarrollar defensa antiaérea y mucho más.
Por otra parte, en la arena global, la UE ha conseguido que EE UU se acercara a su lenguaje en el replanteamiento de la relación con China -reducción de riesgos en vez de desacople- y ha dado un nuevo impulso a las relaciones con América Latina. Nada de ello supone resultados definitivos, pero son síntomas de vitalidad.
En definitiva, la UE se mueve paliar sus grandes áreas de dependencia, la energética, la tecnológica y la militar con pasos relevantes y es activa en el escenario global. Sobre todo, hace todo esto mientras responde de forma unitaria y eficaz a un desafío histórico. Es por esto último que merece un aprobado. No será cum laude, pero tampoco raspado. Persisten fallos, disfunciones y amenazas, pero hay suficiente como para sentir orgullo, como se lo siente por un hijo que no es el primero de la clase, pero se abre paso con entereza entre las adversidades. Hay motivos para un orgullo europeo, sí.