Este país imprevisible

Hay una España para la cual la vehemencia no es sinónimo de injuria. La clase política debería andarse con cuidado y no apelar a lo bajuno ni a la ira para obtener réditos

Pedro Sánchez celebra en la sede del PSOE los resultados electorales. Foto: RODRIGO JIMÉNEZ (EFE) | Vídeo: EPV

España nunca decepciona. Es tan irritante como enternecedora, tan imprevisible como fiel a su carácter. Lo primero que hay que celebrar es ese espíritu libre colectivo que huye de todas las certezas a las que apuntan las encuestas. Nos hemos escabullido una vez más de lo que se predecía y aunque debería ser cauta a la hora de hacer lecturas de los resultados, es evidente que una gran parte de la ciudadanía ha proclamado un mensaje que me parece edificante: no queremos que nuestros derechos se vean pisoteados por la extrema derecha, no queremos ver recortadas las libertades, no queremos que se ...

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España nunca decepciona. Es tan irritante como enternecedora, tan imprevisible como fiel a su carácter. Lo primero que hay que celebrar es ese espíritu libre colectivo que huye de todas las certezas a las que apuntan las encuestas. Nos hemos escabullido una vez más de lo que se predecía y aunque debería ser cauta a la hora de hacer lecturas de los resultados, es evidente que una gran parte de la ciudadanía ha proclamado un mensaje que me parece edificante: no queremos que nuestros derechos se vean pisoteados por la extrema derecha, no queremos ver recortadas las libertades, no queremos que se ganen elecciones amparadas en bulos, ni en teorías conspiranoicas; somos capaces de entender la urgencia de las medidas contra el cambio climático, capaces de cambiar algunos estilos de vida, siempre y cuando la transformación energética no caiga sobre los hombros, como suele ocurrir, de los más desfavorecidos; hay una parte considerable de nuestro país que se revuelve contra eslóganes que vejan a quienes dicen defender, y que honestamente piensa que no se deben ganar elecciones atacando irracionalmente a quien ostenta el poder; hay un número importante de españoles que comprenden que los tiempos del bipartidismo quedaron atrás, que apelar al viejo estilo parlamentario ya no se corresponde con la realidad nacional, por más que así lo entiendan quienes ostentaron el poder en otras décadas. Hay una España que no está de acuerdo con que se entre en la liza electoral desacreditando a las instituciones y los entes que dependen del Estado, porque eso pone en duda el buen hacer de miles de trabajadores que hacen responsablemente el trabajo por el que se les paga, sea repartir votos por correo como realizar entrevistas en la televisión pública. Hay una España para la cual la vehemencia no es sinónimo de injuria.

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Han sido unos años durísimos, lo han sido. La pandemia, que nos ha afectado a todos en nuestro comportamiento íntimo y colectivo (ya deberíamos decirlo), y la guerra de Ucrania, que ha frustrado en gran parte la recuperación de la economía y del optimismo que tanto necesitábamos, han exacerbado la rabia en muchas personas y alentado emociones revanchistas que envilecen la convivencia política. Es esa la razón por la cual la clase política debería andarse con cuidado y no apelar a lo bajuno ni a la ira para obtener réditos. Es peligroso, es una tendencia indecente y contagiosa que, como bien explicaba en este periódico Andrea Rizzi, amenaza la propia idea de concordia, libertades y bienestar sobre la que se construyeron los cimientos de la Europa que nació del desastre bélico. Hay una parte de nuestro país que teme la involución y que ha vivido estas elecciones con una angustia creciente, como si estuviéramos al borde de un abismo. Sería el momento de detenerse a pensar en el daño que provoca sembrar al desconfianza en el sistema, tanto como echar mano de medias verdades para ensuciar el ambiente o considerar la grosería como un atajo para hacerse entender.

Qué va a pasar ahora. Quién lo sabe. Feijóo no ha obtenido los resultados que esperaba ni los que proclamaban las encuestas. Como ya hemos visto en sus primeras palabras, su objetivo es convencer a esos españoles que le han votado de que lo legítimo es que gobierne el que ha ganado. Él sabe muy bien que apelar a esa razón es convertir su deseo en una ley que no está escrita en nuestro sistema parlamentario; sabe de sobra que repetir esa inexactitud es la manera de socavar desde la casilla de salida la legitimidad de Pedro Sánchez para gobernar. Tampoco Pedro Sánchez puede cantar victoria antes de tiempo. Que su gobierno dependa de Junts es un giro de guion irónico. Al final de tan convulsa legislatura, pacificar Cataluña tenía un precio que ahora quieren cobrarse los que consideran que perdieron poder por el camino. Qué país tan difícil, tan irritado como hedonista, tan cainita como gregario. Tan contradictorio en suma. Pero hay algo que está claro: no queremos perder derechos ni abanderar la involución europea. España puede y debe ser un país avanzado y moderno. Si capitaneamos las libertades civiles, por qué no vamos a hacerlo con el reto del medio ambiente. Tenemos talento, alegría y coraje. De verdad lo creo.


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