Columna

La derecha que me gusta

La amenaza es que sujetos, en general corruptos, contagien el ideario y el programa de la derecha convencional, democristiana o liberal:

El líder de la CDU, Friedrich Merz, en el Bundestag.FILIP SINGER (EFE)

La derecha que me gusta es europeísta, una palanca esencial para construir la UE. Es la democrática a rajatabla, indemne a los fascismos. Es la del pacto social. La abierta al mundo y a otras etnias y culturas. Punto. La derecha que me repugna es la que se deja secuestrar por los ultras, xenófobos y parafascistas. Pues el peor peligro para la Europa democrática no es el extremismo de Le Pen, Orbán o Abascal, fascistas irredentos con piel de cordero.

La amenaza es que esos sujetos, en general corruptos, contagien el ideario y el programa de la derecha convencional, democristiana o libera...

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La derecha que me gusta es europeísta, una palanca esencial para construir la UE. Es la democrática a rajatabla, indemne a los fascismos. Es la del pacto social. La abierta al mundo y a otras etnias y culturas. Punto. La derecha que me repugna es la que se deja secuestrar por los ultras, xenófobos y parafascistas. Pues el peor peligro para la Europa democrática no es el extremismo de Le Pen, Orbán o Abascal, fascistas irredentos con piel de cordero.

La amenaza es que esos sujetos, en general corruptos, contagien el ideario y el programa de la derecha convencional, democristiana o liberal: persiguiendo los derechos de la mujer y los gais; odiando las lenguas y culturas minoritarias; negando el cambio climático; atacando a inmigrantes y zahiriendo la igualdad, y a las organizaciones humanitarias, sindicales, ecologistas.

¿Existe aún esa derecha democrática, o es mera nostalgia progresista? Existe. Y no está escrito que deba sucumbir y dejarse capturar como en 1933 hizo Von Papen —líder del partido del centro católico— por Adolf Hitler: acabó sirviéndole, genuflexo.

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Existe en Alemania, donde el líder democristiano de la CDU, Friedrich Merz, decía el día 11, frente al ascenso de Alternativa para Alemania: “Los conservadores alemanes nunca pactaremos con la ultraderecha”; “hemos dejado claro que para nosotros, los conservadores, no hay nada que hablar” con los ultras; “tenemos una historia determinada por un partido nacionalsocialista en el siglo XX”. ¡Y Merz está a la derecha de Angela Merkel! Pero no es un profascista fáctico, como el líder parlamentario del PPE, Manfred Weber, el bávaro de la CSU intoxicado en las repugnantes cervecerías del Führer.

Existe en Holanda, donde el liberal (si bien thatcherista) Mark Rütte ha mantenido el cordón sanitario contra los ultras racistas de Geert Wilders, y apoya a la liberal/progre (D66) Sigrid Kaag (casada con un palestino), contra sus escraches e insultos de “bruja”. Y en Francia, donde aún resuena el manifiesto televisivo de Emmanuel Macron en favor de Europa y del euro frente a Marine Le Pen. Y en Irlanda, donde el democristiano Leo Varadkar (Fine Gael) desprecia a “los racistas y la extrema derecha” porque “culparán a los inmigrantes de cualquier problema”. Y en España, donde Aitor Esteban, del PNV (democristiano, centrista), desautoriza al secuestrado PP : “Han pasado una raya inasumible. Nosotros, con Vox, nada de nada”. Y... La dignidad.


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