Fiesta caníbal contra el ardor político

Un hilo sobre una tribu antropófaga en Brasil, que cuidaba del enemigo hasta darle pareja antes de comérselo, ayuda a aplacar el incendio electoral declarado por doquier en las redes sociales

Una de las bromas que circulan por Twitter tras el pacto del PP con Vox en la Comunidad Valenciana.

Malos tiempos para la lírica es una canción mítica de Golpes Bajos. También es el título de un poema anterior que Bertolt Brecht compuso durante el ascenso de los nazis en Alemania. Y se ha convertido en una frase hecha que de tanto repetirla a menudo pierde su sentido, además de presuponer que hubo o hay buenos tiempos. Pero ¿cuándo?, ¿dónde? No es fácil encontrar un punto de fuga, un tiempo en que al menos fugazmente uno se pueda reconciliar consigo mismo o escapar de sí mismo o de los dem...

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Malos tiempos para la lírica es una canción mítica de Golpes Bajos. También es el título de un poema anterior que Bertolt Brecht compuso durante el ascenso de los nazis en Alemania. Y se ha convertido en una frase hecha que de tanto repetirla a menudo pierde su sentido, además de presuponer que hubo o hay buenos tiempos. Pero ¿cuándo?, ¿dónde? No es fácil encontrar un punto de fuga, un tiempo en que al menos fugazmente uno se pueda reconciliar consigo mismo o escapar de sí mismo o de los demás. Durante el tardofranquismo, algunos pubs subversivos, en los que se contagiaba el ansia de disfrute y de romper con la mediocridad, recibían el nombre de espais de llibertat. Era una Valencia muy distinta a la actual. Ostentaba entonces el título oficioso de “capital mundial del antiturismo” que le otorgó en los sesenta el dramaturgo Kenneth Tynan tras visitar una ciudad “siempre dispuesta a repeler a los forasteros”.

Desde hace años, Valencia es tierra abonada al turismo y, más recientemente, a los impactos mediáticos mundiales. Tras convertirse en tendencia en Twitter hace un mes por los insultos racistas en Mestalla a Vinicius, ahora lo ha vuelto a hacer. Uno de los motivos: tendrá un consejero de Cultura que fue matador de toros, en virtud del pacto del PP con Vox, un partido en el que militan algunos nostálgicos del franquismo. Así que racistas y ultraderechistas, además de corruptos, según rezaba el tópico de hace unos años, sin esa finezza italiana que facilita la digestión de lo intragable.

Las redes sociales llevan una semana ardiendo con la política valenciana y su frente de las derechas. Con algunos atisbos divertidos (y un poquito naíf), como ese meme sobre el primer decreto del consejero torero: transforma las enormes letras de Cullera instaladas en la montaña de la población al modo de las archifamosas de Hollywood (¿algún problema?) en la palabra Cuchara, su traducción del valenciano al castellano. No es solo Valencia. España es un hervidero político. No hay más que asomarse a Twitter, lo que no ayuda precisamente a sofocar los ánimos. Pero si se busca, siempre se encuentra algo, un cuento, un punto de fuga, un espai de llibertat entre el lamento de Pedro Sánchez porque los cuarentones carecen de un modelo de masculinidad después de darle tantas vueltas al género y el feminismo sobrevenido de Alberto Núñez Feijóo, tras pactar el PP con los que niegan la violencia machista.

En medio de estas llamas políticas surge un hilo sobre una historia de caníbales, con más de un millón de visitas, que ofrece un punto de fuga y enciende las luces de los relatos bien contados. “En el siglo XVI el alemán Hans Staden pasó nueve meses entre caníbales y sobrevivió para contarlo. Seguidme en esta aventura que pone a prueba nuestros prejuicios”, sugiere el arqueólogo Alfredo González Ruibal, responsable de la cuenta Guerra en la Universidad, con casi 124.000 seguidores. Cuando los tupinambá capturaban a una presa no se lo comían enseguida. Se la llevaban a la aldea. “El prisionero se convertía en uno más. Se casaba con una mujer local. Tenía hijos. Vivía años con sus captores. Hasta que llegaba el momento de su sacrificio”, que era muy rápido, continúa el hilo. Sería muy sencillo en este punto trazar un paralelismo con la vida en los partidos, pero mejor no acercarse al nihilismo político que alimenta al fascismo. Staden logró escapar y contar su experiencia en un famoso libro que “sirvió para justificar la conquista de América por el salvajismo de los nativos”. No todos estaban de acuerdo. Montaigne sugirió que cada sociedad ve al otro como salvaje y se considera a sí misma civilizada. “Los tupinambá no eran necesariamente más salvajes que los europeos, por ejemplo, cuando quemaban vivos a aquellos a los que consideraban herejes“, tercia el tuitero. “¿Qué sé yo?”, que solía decir el ensayista francés.

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