La cultura de Vox: nuevas leyes de vagos y maleantes

El partido de extrema derecha quiere las competencias culturales por la misma razón por la que los populares las desprecian: porque están convencidos de que son focos de izquierdismo

El líder popular, Alberto Nuñez Feijóo, conversa con el responsable de Vox, Santiago Abascal, a su llegada al desfile del Día de la Fiesta Nacional, en Madrid.Rodrigo Jiménez ((EPA) EFE)

Si gana las elecciones y se consuma en la Moncloa la infamia que ya está cumpliéndose en autonomías y municipios, a Alberto Núñez Feijóo le va a costar horrores cumplir su plan de adelgazar el Gobierno, que incluye apearle el rango ministerial a la cultura. Aunque el ministerio de ídem lo inventó la UCD en 1977, se ha impuesto la tradición de que solo existe como tal en los consejos de ministros socialistas, identificándose como seña de identidad de los mismos. Los de derechas ...

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Si gana las elecciones y se consuma en la Moncloa la infamia que ya está cumpliéndose en autonomías y municipios, a Alberto Núñez Feijóo le va a costar horrores cumplir su plan de adelgazar el Gobierno, que incluye apearle el rango ministerial a la cultura. Aunque el ministerio de ídem lo inventó la UCD en 1977, se ha impuesto la tradición de que solo existe como tal en los consejos de ministros socialistas, identificándose como seña de identidad de los mismos. Los de derechas prefieren quitarle protagonismo y embutirlo en un departamento mucho más amplio, quizá porque ni Aznar ni Rajoy ahormaron una farándula potente que diera la réplica a la que alimentó Felipe. Es natural que Feijóo quiera seguir la costumbre de sus maestros, pero Vox no se lo va a consentir. Que no se haga muchas ilusiones Marta Rivera de la Cruz, único guiño cultureta (ay) de las listas populares al Congreso, pues no le van a dar las llaves de la Casa de las Siete Chimeneas. Un torero en Valencia y un aficionado a los toros en Valladolid le indican desde sus consejerías autonómicas que debe buscar otra cartera para su ambición.

Vox quiere las competencias culturales por la misma razón por la que los populares las desprecian: porque están convencidos de que son focos de izquierdismo. Ni Vox ni sus homólogos en Europa y América tienen una idea de cómo debe ser la cultura, pero saben cómo no quieren que sea. O mejor: saben a quiénes no quieren en ella. Como sostienen que los escritores, los cineastas y los artistas en general vivimos amorrados a la teta pródiga del Estado, creen que acabarán con nuestra forma de vida decadente y antiespañola cortándonos el suministro. Descubrir —como sin duda descubrirán, a poco que manejen presupuestos— que los vagos y maleantes pagamos nuestra cuota de autónomos (y no pequeña, gracias al ministro Escrivá) y vivimos de nuestro trabajo, no les desanimará, pues el poder puede hacer mucho daño si se lo propone.

A Vox no le cabe otra España que la suya, y una cultura influyente y diversa es un obstáculo serio para imponerla. Para el PP puede ser cómodo regalarles un ministerio menor, como un huesecillo arrojado a un rottweiler para distraerlo de los chuletones ministeriales. Los estrategas de Feijóo pueden pensar que, mientras Abascal se entretiene con los toros y reparte sinecuras a los intelectuales afines, no intervendrá en la política de los mayores. Serán así cómplices de un proyecto siniestro que se propone estrangular las voces críticas y dejar el campo yermo.

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