Sentidiño común

La ultraderecha sabe conectar mucho mejor con los cambios sociales y abordar con más eficacia los temas que tradicionalmente ha descuidado o, directamente, negado

DEL HAMBRE

Sorprenden las declaraciones de Feijóo sobre su intención de suprimir el Ministerio de Igualdad, pero no porque el ministerio de Montero se haya convertido en la diana para criticar al Gobierno. Es ya viejo y manido que, cuando un político quiere proyectar imagen de seriedad, lo primero que desaloja de la estructura de poder es todo lo relacionado con la presencia de mujeres o las políticas...

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Sorprenden las declaraciones de Feijóo sobre su intención de suprimir el Ministerio de Igualdad, pero no porque el ministerio de Montero se haya convertido en la diana para criticar al Gobierno. Es ya viejo y manido que, cuando un político quiere proyectar imagen de seriedad, lo primero que desaloja de la estructura de poder es todo lo relacionado con la presencia de mujeres o las políticas de igualdad, pues las consideran superfluas: por lo visto, la seriedad es masculina. Algo así hizo Zapatero cuando llegó la crisis y, para dar un mensaje de solvencia, eliminó el ministerio de Bibiana Aído. Sorprende que Feijóo se haya quedado en 2010 y que piense que, para dar un golpe de timón respecto a lo que llama “sanchismo”, lo primero que debe hacer es suprimir Igualdad.

La ultraderecha sabe conectar mucho mejor con los cambios sociales y abordar con más eficacia los temas que tradicionalmente ha descuidado o, directamente, negado. Lo hace apropiándose de términos y preocupaciones progresistas para dotarlas de un contenido reaccionario y legitimar sus posiciones. No se trata de una reacción a lo que hay, sino de crear una suerte de nuevo sentido común. Ahí ganan la batalla, pues no solo se desprenden de la tradicional moralina con que las izquierdas hablan sobre feminismo o cambio climático, sino que se apropian de los códigos progresistas para subvertirlos: consiguen ganar terreno dentro del propio marco ideológico de las izquierdas para imponer sobre él su visión del mundo y, de paso, contagiarlo a la derecha tradicional.

Es así como los ultras se distinguen de unas izquierdas que, al rasgarse las vestiduras por declaraciones como las de Feijóo, allanan el camino para ese contragolpe en forma de chanza irreverente que les otorga el papel transgresor e inconformista que en otra época perteneció a los progres. Y se diferencian también de la vieja derecha de siempre, la que simplemente reacciona sin trabajar el plano ideológico y ya solo copia el discurso de la extrema derecha. En lugar de atacar las políticas de género, lo que dicen Le Pen o Meloni es que, frente a la obsesión de los progres por lo trans, ellas se dirigen a las “mujeres de verdad”. Pero su oportunismo abarca también los temas climáticos, pues saben que la batalla emocional la ha ganado la ecología. Por eso García Gallardo se planta en Bruselas “en defensa de los ganaderos de Castilla y León”. Nos podremos reír porque no pronuncia bien el apellido polaco del comisario de Agricultura, incluso porque ignora que pertenece a su misma familia política. Pero, con su discurso, lo que hace Vox es apoyarse en lo local, donde tampoco saben quién es el comisario de marras, para abrir la puerta a los temas identitarios y nacionalistas que tan bien saben explotar. Aparentando defender a los ganaderos de Castilla y León en Bruselas, Gallardo se presenta como el patriota que le come terreno al discurso desencarnado, científico y abstracto del progresismo. Porque para afrontar el cambio climático, no basta con tener razón: hay que aparentar que se tiene.

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