No se venden bajos

Hay muchos periodistas mejores que Ángel García Carragal, pero no conozco a nadie que a los 77 años ponga el despertador y se vaya con una libreta a una parroquia para escribir una nota en un blog del que tengo miedo a preguntar cuánta gente lo lee

Ángel García Carragal.Albert Garcia Gallego

Me documento en internet sobre un asunto grave y serio del que voy a escribir horas después, cuando me entero por Diario de Pontevedra de que cierra Cousas de Carragal, un blog dedicado a asuntos del municipio de Marín y comarca, y del que se encarga mi viejo amigo Ángel García Carragal. Lo cierra por salud. ¿Pero cuánto tiempo tiene Carragal?, pensé dando un respingo. Quince años después, descuelgo el te...

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Me documento en internet sobre un asunto grave y serio del que voy a escribir horas después, cuando me entero por Diario de Pontevedra de que cierra Cousas de Carragal, un blog dedicado a asuntos del municipio de Marín y comarca, y del que se encarga mi viejo amigo Ángel García Carragal. Lo cierra por salud. ¿Pero cuánto tiempo tiene Carragal?, pensé dando un respingo. Quince años después, descuelgo el teléfono para preguntárselo. “Setenta y siete″, dice, y acto seguido cuelga (no, no cuelga, pero la idea es fascinante). “Empecé el blog por afición y terminó siendo una obligación. Me levantaba a la siete ya estresado”. La doctora que revisa las consecuencias de un infarto sufrido hace años dio la voz de alarma: Marín puede esperar; tú, no.

Cuando acabamos de hablar cierro el ordenador y me pongo a pensar en él, en la furgoneta C15 de los años noventa, en su despacho mínimo del Diario donde me recibió en otoño de 1998 y le dije que yo, además de ser cronista de fútbol regional y de vicisitudes vecinales, quería ser artista. “¡Claro, claro!”, gritó. Era coordinador del suplemento del domingo. Allí podría explayarme a gusto. “Nacemos porque morimos”, escribí en prosa poética una semana después.

Tras jubilarse, Carragal dedicó sus esfuerzos al blog, que actualizaba a diario y por el que acudía a actos y ruedas de prensa para dar cuenta de lo que ocurría en Marín. Hay muchos periodistas mejores que él, hay periodistas que manejan otros códigos, otros lenguajes, pero no conozco a nadie que a los 77 años ponga el despertador y se vaya con una libreta a una parroquia para escribir una nota en un blog del que tengo miedo a preguntar cuánta gente lo lee.

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Todo lo que me evoca Carragal es feliz y pertenece a un tiempo inmejorable, ese en el que se cruzan los periodistas locales que enfilan su salida con los que nos asomamos dichosos a las tripas de un periódico preguntándolo todo.

Hace 30 años, Carragal fundó la Asociación de Bajos de España en la que se podían inscribir aquellos que no midiesen más de 1,55. Contó entre sus socios con José María García y Jordi Pujol, y apareció en el programa de Nieves Herrero para publicitar su colectivo. Entre sus éxitos destaca la prohibición en Pontevedra, durante el tiempo que estuvo activa la asociación, de poner carteles de “Se vende bajo”. “¡Qué es eso de se vende o se alquila bajo!”, gritó en televisión: “Los bajos somos personas como cualquiera”.

Volvió a reunir a su ejército de bajos cuando en la Bienal de Arte de Pontevedra, a principios de siglo, un artista reclamó gente de un metro y medio para que se confundiese entre el público mientras él se ponía a cocer una merluza. “Dispersos, separados entre ellos, visitantes casuales”, aclaró el artista días antes en el periódico. En cuanto llegó, mi amigo juntó a todos los pequeños alrededor de la olla de la merluza y se hizo una foto de grupo que inmortalizaron los periódicos convirtiendo la moderna performance de críptico significado en una merendola de señores bajitos con aires de reencuentro familiar. Para el recuerdo, la imagen del artista, desesperado, gritando: “¡No, así no, eso no, mezclaros!”.

Carragal fue corresponsal de pueblo, el suyo, y de muchos pueblos más. Dio noticias grandes y pequeñas, muy pequeñas, tan pequeñas que, todas juntas, se parecen más a la vida de cualquiera que las noticias extraordinarias que nos llaman la atención; al fin y al cabo somos todos, al pasar la página, mucho más parecidos a un breve que a una portada, y cuanto antes reparemos en ello más relajados leeremos el periódico.

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