Hablar desde el ‘yo’, sin decir ‘nosotros’

Si todos escribieran desde un ‘yo’ claro, no sería tan fácil cavar trincheras

Alberto Núñez Feijóo en la reunión del comité de dirección del PP en Madrid el día 2.Chema Moya (EFE)

Aunque los oficios de escribir y de vivir consisten a menudo en saltarse las reglas con las que te enseñaron a ejercerlos, hay una que me esfuerzo en respetar, aunque la habré violado un millón de veces (y seguro que un lector malintencionado con mucho tiempo libre encontrará ejemplos a puñados en mis textos): el artículo 2.17 del Libro de estilo de EL PAÍS, que prohíbe el uso de la primera persona del plural y referirse a España como “nuestro país”, “puesto que el periódico se lee también fuera de España, o en España por ...

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Aunque los oficios de escribir y de vivir consisten a menudo en saltarse las reglas con las que te enseñaron a ejercerlos, hay una que me esfuerzo en respetar, aunque la habré violado un millón de veces (y seguro que un lector malintencionado con mucho tiempo libre encontrará ejemplos a puñados en mis textos): el artículo 2.17 del Libro de estilo de EL PAÍS, que prohíbe el uso de la primera persona del plural y referirse a España como “nuestro país”, “puesto que el periódico se lee también fuera de España, o en España por personas extranjeras —aclara el manual—. El adjetivo nuestro incluye en este caso al lector y al informador, las dos personas que se comunican, y el lector no tiene por qué ser español (y en algunos casos tampoco el periodista)”. Aunque los columnistas no caemos del todo en su jurisdicción, esta norma es para mí una guía moral que intento aplicar en todo lo que escribo. Desde que la asimilé, desconfío de quienes hablan con un nosotros que pringa todo de forofismo tribalista.

Una aplicación rigurosa de la regla 2.17 desactivaría a quienes presumen de hablar en nombre de otros (o de darles voz, en el colmo de la condescendencia, como si fueran demiurgos que conceden un don sagrado a los pobres muditos). Contra el tópico narcisista, atreverse a usar el yo requiere una humildad intensa: lo grandilocuente y soberbio es el nosotros, que se atreve a expresar la opinión de naciones enteras. Si todos escribieran desde un yo claro, no sería tan fácil cavar trincheras y la sociedad se revelaría como una red inextricable de voces. Un panorama así no se podría encuadrar en los bloques de izquierda y derecha que viven en la berrea perenne de hoy.

Si renegásemos del nosotros, no cabrían Españas ni AntiEspañas. La mitad de las broncas electorales perderían su sentido y el aire se limpiaría de melodramas. En vez de bramar contra olas reaccionarias abstractas, invocar barricadas de himnos muertos o derogar sanchismos, cada cual tendría que discutir sobre las cuestiones concretas. En lugar de oponerse a gigantes que solo están en su imaginación exaltada, el orador podría ver los molinos y pronunciarse sobre ellos sin presentar credenciales de pureza ideológica o de lealtad partidista. Quien habla desde el yo no siente que la historia empieza y termina cada vez que hay unas elecciones y puede articular algo más sutil que un “con nosotros o contra nosotros”. Es difícil resistirse a la llamada de la tribu, pero habría que intentarlo.

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