Sátiro

Picasso se sirvió del cubismo para descuartizar el cuerpo de sus mujeres o someterlo a un contorsionismo sádico

Varios visitantes frente a 'Las señoritas de Avignon', de Pablo Picasso, en el MoMA de Nueva York.Robert Alexander (Getty Images)

Picasso decía que si un cuerpo no cabe entero en un cuadro se le cortan las piernas y los brazos, y se colocan alrededor de la cabeza. Picasso se sirvió del cubismo para descuartizar el cuerpo de sus mujeres o someterlo a un contorsionismo sádico. Era la forma que adoptó para revelar el misterio femenino, que fue su principal obsesión estética. Tal vez a Picasso le gustaba imaginarse como un minotauro trasmisor de una formidable fuerza genésica; en cambio, su imagen más apropiada es la del sátiro con cuernos de chivo dedicado a perseguir ninfas por el bosque sustituyendo en este caso el carami...

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Picasso decía que si un cuerpo no cabe entero en un cuadro se le cortan las piernas y los brazos, y se colocan alrededor de la cabeza. Picasso se sirvió del cubismo para descuartizar el cuerpo de sus mujeres o someterlo a un contorsionismo sádico. Era la forma que adoptó para revelar el misterio femenino, que fue su principal obsesión estética. Tal vez a Picasso le gustaba imaginarse como un minotauro trasmisor de una formidable fuerza genésica; en cambio, su imagen más apropiada es la del sátiro con cuernos de chivo dedicado a perseguir ninfas por el bosque sustituyendo en este caso el caramillo embaucador por los pinceles. “Me gusta tu rostro, quisiera hacerte un retrato”. El rostro y el cuerpo femenino constituían su único paisaje. Cayeron en sus redes una tras otra las siete mujeres que compartieron todas las turbulencias amorosas del artista, Fernande Olivier, Eva Gouel, Olga, Marié-Thèrése, Dora Maar, Françoise Gilot y Jacqueline, cuyos cuerpos fueron asaltados y conquistados como bastiones. Si llevadas por el puritanismo galopante que envuelve hoy a la cultura estas siete mujeres formaran un tribunal, sin duda Picasso sería condenado por misógino, machista y maltratador. Pero llegado a este punto hay que preguntarse en qué lado de la balanza ponemos a Las señoritas de Aviñón, al Guernica y al resto de la obra de Picasso que en el fondo no es más que una neurosis insuperable frente a la mujer a la que adora, somete, ensalza, posee, libera y encadena sin que logre salir de ese laberinto. Françoise Gilot fue la única que lo abandonó; las demás se peleaban entre ellas y no hay nada que a un sátiro le excite más. Ahora, mientras el feminismo lo condena por machista y maltratador, puesto que el mercado no tiene moral, se da la paradoja de que cualquiera de las mujeres de Picasso que salen a subasta, las más troceadas y vulneradas, alcanzan la puja más alta.

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