Sátiro
Picasso se sirvió del cubismo para descuartizar el cuerpo de sus mujeres o someterlo a un contorsionismo sádico
Picasso decía que si un cuerpo no cabe entero en un cuadro se le cortan las piernas y los brazos, y se colocan alrededor de la cabeza. Picasso se sirvió del cubismo para descuartizar el cuerpo de sus mujeres o someterlo a un contorsionismo sádico. Era la forma que adoptó para revelar el misterio femenino, que fue su principal obsesión estética. Tal vez a Picasso le gustaba imaginarse como un minotauro trasmisor de una formidable fuerza genésica; en cambio, su imagen más apropiada es la del sátiro con cuernos de chivo dedicado a perseguir ninfas por el bosque sustituyendo en este caso el carami...
Picasso decía que si un cuerpo no cabe entero en un cuadro se le cortan las piernas y los brazos, y se colocan alrededor de la cabeza. Picasso se sirvió del cubismo para descuartizar el cuerpo de sus mujeres o someterlo a un contorsionismo sádico. Era la forma que adoptó para revelar el misterio femenino, que fue su principal obsesión estética. Tal vez a Picasso le gustaba imaginarse como un minotauro trasmisor de una formidable fuerza genésica; en cambio, su imagen más apropiada es la del sátiro con cuernos de chivo dedicado a perseguir ninfas por el bosque sustituyendo en este caso el caramillo embaucador por los pinceles. “Me gusta tu rostro, quisiera hacerte un retrato”. El rostro y el cuerpo femenino constituían su único paisaje. Cayeron en sus redes una tras otra las siete mujeres que compartieron todas las turbulencias amorosas del artista, Fernande Olivier, Eva Gouel, Olga, Marié-Thèrése, Dora Maar, Françoise Gilot y Jacqueline, cuyos cuerpos fueron asaltados y conquistados como bastiones. Si llevadas por el puritanismo galopante que envuelve hoy a la cultura estas siete mujeres formaran un tribunal, sin duda Picasso sería condenado por misógino, machista y maltratador. Pero llegado a este punto hay que preguntarse en qué lado de la balanza ponemos a Las señoritas de Aviñón, al Guernica y al resto de la obra de Picasso que en el fondo no es más que una neurosis insuperable frente a la mujer a la que adora, somete, ensalza, posee, libera y encadena sin que logre salir de ese laberinto. Françoise Gilot fue la única que lo abandonó; las demás se peleaban entre ellas y no hay nada que a un sátiro le excite más. Ahora, mientras el feminismo lo condena por machista y maltratador, puesto que el mercado no tiene moral, se da la paradoja de que cualquiera de las mujeres de Picasso que salen a subasta, las más troceadas y vulneradas, alcanzan la puja más alta.