Caótica Ana

Lo demoledor de esta historia es que todo puede ser cierto. Que Ana Obregón esté muerta en vida. Y que, para soportar lo que le queda de existencia, haya decidido hacerse con un ser humano como tratamiento paliativo

Ana García Obregón, en una fiesta benéfica en el Teatro Real, el pasado 20 de octubre. Atilano García (SOPA Images / Sip / Cordon Press)

Hace un mes escaso, el 3 de marzo, Ana García Obregón me dijo en una entrevista que estaba muerta en vida y yo me la creí a pies juntillas. Hace 15 años, Juan José Cortés confesó exactamente lo mismo meses después de perder a su pequeña Mari Luz a manos de un pederasta asesino: ...

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Hace un mes escaso, el 3 de marzo, Ana García Obregón me dijo en una entrevista que estaba muerta en vida y yo me la creí a pies juntillas. Hace 15 años, Juan José Cortés confesó exactamente lo mismo meses después de perder a su pequeña Mari Luz a manos de un pederasta asesino: “Ando, como, respiro, pero estoy en coma”, afirmó, mirando a los ojos, sin sombra de duda. Remueve el alma constatar que las madres y los padres de hijos muertos prematuramente expresen de esa idéntica y terrible forma su manera de permanecer en este mundo después de enterrar a sus criaturas. No viven, aseguran: vegetan. Nadie es quién para juzgarlos. Solo ellos conocen la devastación íntima que produce esa tragedia. El resto solo podemos imaginarla, temblar de miedo y tocar madera. Aquel cercano y frío día de marzo, tres años después de la muerte de su hijo, Aless, a los 27 años, tras dos de lucha contra el cáncer, Ana Obregón declaró también que su mejor momento del día era cuando se iba a la cama, porque perdía el conocimiento unas horas. Y que, en todo este tiempo, no había gastado ni un euro en pastillas para anestesiar su dolor porque los duelos hay que atravesarlos a pelo y, si la herida duele más cada día, es porque se ha elegido la cura.

Confieso que al ver a Ana en la portada de la revista ¡Hola! recogiendo en un hospital de Miami a su nueva hija, gestada por vientre de alquiler a cambio de una cantidad no pequeña de dinero, me debatí un rato entre el estupor y la pena hasta que la compasión ganó la partida. Porque lo verdaderamente demoledor de esta historia es que todo puede ser cierto. Que Ana esté muerta en vida. Que respire por la herida. Y que, para intentar soportar lo que le quede de existencia, haya decidido hacerse con un ser humano como tratamiento paliativo. No olvidemos que, además de a su hijo, ha enterrado a su padre y a su madre en un par de años. No seré yo quién la lapide. Solo espero que Ana García Obregón hija, su bebé de encargo, gestada durante nueve meses por una tercera mujer usada al efecto, no herede, además de su nombre y apellidos, su triste destino de pobre niña rica.

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