Un gol infantil
No les hacemos ningún favor a nuestros niños pintándoles un mundo de ficciones que nunca podrán gestionar razonablemente
Yo también vi el otro día las imágenes del niño que cumplía años y, en un campo de fútbol de la Segunda División húngara, con el acuerdo general y mucha ilusión, sobre todo del padre, corre con la pelota hacia el arco del equipo rival, chuta desde dentro del área y... el portero se lo para, no una, sino dos veces, cuando lo esperable, lo bonito, pero quizá no lo más didáctico, era que el niño hubiera metido el gol de mentirijillas. De haber sido el portero, yo me habría dejado, no por nada, sino porque so...
Yo también vi el otro día las imágenes del niño que cumplía años y, en un campo de fútbol de la Segunda División húngara, con el acuerdo general y mucha ilusión, sobre todo del padre, corre con la pelota hacia el arco del equipo rival, chuta desde dentro del área y... el portero se lo para, no una, sino dos veces, cuando lo esperable, lo bonito, pero quizá no lo más didáctico, era que el niño hubiera metido el gol de mentirijillas. De haber sido el portero, yo me habría dejado, no por nada, sino porque soy un blando, un sentimental, no quiero líos, me gustan los niños y la ocasión de hacerse el simpático en público la pintaban calva. El vomitón de injurias que le cayeron al portero en las redes sociales de aquende y allende las montañas fue de campeonato, con no menor crueldad que la que a él mismo se le imputaba. Tampoco los insultadores se planteaban la posibilidad de que el portero hubiera tenido sus razones o se encontrara en un momento personal determinado. Recuerdo algunas de las lindezas que le arrojaban: hombre sin corazón, miserable, Herodes..., unidas a la exigencia de que lo expulsasen del equipo. A los conmovidos por las lágrimas del niño sólo les faltó pedir que le sacudiesen una manta de palos al portero. Es cuando menos curiosa la forma como se reparte hoy día la severidad. A mí el gesto del profesional, en un primer momento, me resultó antipático. Pobre chaval, pensé. Luego me empezó a parecer que no les hacemos ningún favor a nuestros niños pintándoles un mundo de ficciones que nunca podrán gestionar razonablemente, haciéndoles creer que dominan lo que ignoran. Vuelvo a mi niñez, le tiro un penalti a Esnaola y preferiría, en provecho propio, que me lo parase a que se lo dejara meter. Al menos él me habría tratado sin engaño y yo saldría del campo con la lección aprendida: Tengo que esforzarme, la próxima vez lo haré mejor.