La censura
Lo puesto en juego no es quién manda o qué errores se puedan cometer, sino la autoridad de la política a la hora de aprobar leyes que regulen la economía, los derechos y los deberes en nombre de una justicia social
La autoridad de la política es el mayor bien de la democracia. Los estudiosos del teatro han señalado con frecuencia la relación política entre un escenario que recibe la mirada de los espectadores y el Estado en el que se representa la voluntad de la ciudadanía. Cuando los dramaturgos de la Ilustración quisieron que lo privado y lo público se identificaran de forma estrecha en el escenario, pusieron mucho cuidado en que los ruidos y los relámpagos no distrajesen la atención respetuosa de los espectadores. Levantaban el telón y quedaba ante los ojos la sala de estar de un domicilio. Una cuarta...
La autoridad de la política es el mayor bien de la democracia. Los estudiosos del teatro han señalado con frecuencia la relación política entre un escenario que recibe la mirada de los espectadores y el Estado en el que se representa la voluntad de la ciudadanía. Cuando los dramaturgos de la Ilustración quisieron que lo privado y lo público se identificaran de forma estrecha en el escenario, pusieron mucho cuidado en que los ruidos y los relámpagos no distrajesen la atención respetuosa de los espectadores. Levantaban el telón y quedaba ante los ojos la sala de estar de un domicilio. Una cuarta pared transparente permitía que la vida familiar discurriese en público. Cada observación se reunía en el espacio común, haciendo que lo privado llegase a lo público y lo público a lo privado. Fue una buena metáfora del contrato social.
Valle-Inclán inventó el esperpento para romper la identificación y denunciar las mentiras políticas de la Restauración. Era imposible identificarse con un espacio público lleno de mentiras y falta de pudor. Parecía imposible el respeto. Sin embargo, el orgulloso artista de Luces de bohemia se identificó con un obrero perseguido por exigir dignidad para su vida.
España no es hoy un esperpento, sino una democracia social. Las conciencias privadas pueden identificarse en un espacio público al servicio de la dignidad y del bien común. Por eso la autoridad política es el mayor activo de la democracia. Y por eso las voluntades más reaccionarias tienen mucho interés en que se pierda el respeto al Congreso de los Diputados. Lo puesto en juego no es quién manda o qué errores se puedan cometer, sino la autoridad de la política a la hora de aprobar leyes que regulen la economía, los derechos y los deberes en nombre de una justicia social. Los domicilios merecen respeto. Así que lo prioritario es que nadie caiga en las trampas del esperpento.