Las amigas de Toñi

España se ha convertido en un parque temático de la desinformación, un paraíso para las campañas sucias

El empresario israelí Tal Hanan.El empresario israelí Tal Hanan.

Un consorcio de medios internacionales, entre ellos EL PAÍS, acaba de proporcionar a la opinión pública internacional una de las investigaciones periodísticas más documentadas e ilustrativas sobre cómo funciona el mercado de la desinformación. Algunas secuencias del trabajo de Forbidden Stories son dignas de una película de suspense, como sucede cuando tres de los periodistas logran infiltrarse como intermediarios de un posible cliente de Team Jorge una opaca empresa israelí especializada en sofisticadas tecnologías aplicadas a trabajos sucios para extender bulos y acabar con la reputac...

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Un consorcio de medios internacionales, entre ellos EL PAÍS, acaba de proporcionar a la opinión pública internacional una de las investigaciones periodísticas más documentadas e ilustrativas sobre cómo funciona el mercado de la desinformación. Algunas secuencias del trabajo de Forbidden Stories son dignas de una película de suspense, como sucede cuando tres de los periodistas logran infiltrarse como intermediarios de un posible cliente de Team Jorge una opaca empresa israelí especializada en sofisticadas tecnologías aplicadas a trabajos sucios para extender bulos y acabar con la reputación de organismos y candidatos políticos. Grabado en cámara oculta, el responsable de la empresa, Tal Hanan, exhibe músculo ante los reporteros y se atribuye trabajitos finos en no menos de 33 procesos electorales, con resultados exitosos en 27 de ellos. Este antiguo miembro del ejército israelí pide a sus falsos clientes seis millones de dólares, la tarifa estándar por alterar el resultado de unas elecciones.

Uno de los momentos más suculentos de la investigación llega cuando Hanan y sus colaboradores, veteranos del ejército o del servicio secreto israelíes, desgranan parte de las técnicas y herramientas empleadas para construir un relato falso, difundirlo dentro y fuera de las fronteras de un país y alterar la percepción popular sobre la víctima del bulo. En la catedral de la impostura conviven influencers a sueldo, un ejército de avatares preparados para ser adaptados con distintas identidades en cada fase del proceso. Será muy difícil, por ejemplo, descubrir que esa periodista de investigación, con miles de seguidores en las redes sociales y que está filtrando información por teléfono o por correo electrónico, simplemente no existe. O que esas miles de personas que, desde Twitter, Facebook e Instagram, comparten una noticia falsa son, en realidad, soldados de un ejército de 39.000 cuentas que empresas como Team Jorge, activan y adaptan, gracias a un sofisticado programa, en función del encargo y del país donde se desarrolle.

Esta es una de las caras más opacas de las campañas electorales en todo el mundo y también en España porque, como diría el clásico, los que idearon esta poderosa manipulación “no están en desiertos remotos ni en montañas lejanas”. En España la historia de la desinformación puede ya escribirse con nombres legendarios como el de Toñi, una de las cuentas falsas más longevas de Twitter. Toñi, al igual que otro ramillete de cuentas falsas, pretende ser una militante progresista y feminista que desconcierta a sus seguidores con faltas de ortografía, afirmaciones descacharrantes, insultos a periodistas o documentos inventados. La creación de perfiles de falsas simpatizantes con el objeto de ridiculizar sus idearios es una de las formas que adopta la desinformación, como explican los reportajes de Forbidden Stories. La investigación documenta cómo,”con una facilidad desconcertante”, la empresa Team Jorge creó, a petición de varios clientes, grupos de falsos ecologistas en Estados Unidos o de falsas militantes feministas en Canadá.

Las “Toñis” españolas y sus creadores se mantienen parapetados en un vacío legal y en la opacidad que rodea su actividad. Las plataformas sociales se muestran impotentes mientras los periodistas y los ciudadanos tienen notables dificultades para identificar quién trafica con lo que reciben en sus móviles. Gracias a todo ello, España se ha convertido en un parque temático de la desinformación, un paraíso para las campañas sucias, especialmente ahora que el nuevo señorito de Twitter, uno de los grandes canales de la comunicación política, ha desmontado la estructura de moderación de contenidos y hace la vista gorda ante los abusos de los gamberretes del barrio.

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