Lo que Sócrates diría a la inteligencia artificial
El maestro de Platón habría despreciado una tecnología poco fiable que mezcla verdad e invención, pero la guerra contra la máquina parece perdida: nos hallamos a las puertas de la mayor revolución cognitiva desde Gutenberg
Una de las pocas leyes incontestables de la historia es aquella según la cual cada nueva tecnología engendra su propia catástrofe. Sin la invención del barco la humanidad jamás habría conocido los naufragios. Hubo que esperar a la llegada del tren para ver el primer descarrilamiento. Como especie, avanzamos por los siglos sorteando precipicios previamente inconcebibles. El último año se despidió con la aparición de ...
Una de las pocas leyes incontestables de la historia es aquella según la cual cada nueva tecnología engendra su propia catástrofe. Sin la invención del barco la humanidad jamás habría conocido los naufragios. Hubo que esperar a la llegada del tren para ver el primer descarrilamiento. Como especie, avanzamos por los siglos sorteando precipicios previamente inconcebibles. El último año se despidió con la aparición de un chat de inteligencia artificial asombrosamente elocuente, de acceso abierto y gratuito, que dejó estupefactos a millones de internautas. Cuesta saber qué causa más desconcierto, si la velocidad con la que el nuevo ingenio genera sus textos o la soltura con la que ofrece respuestas convincentes a cualquier tipo de preguntas. Es pronto para saber qué cataclismos nos aguardan. Por ahora, las reacciones van del temor al éxtasis, dos respuestas demasiado humanas ante el vértigo tecnológico.
En momentos así, resulta tentador preguntarse cómo habría reaccionado Sócrates de haber coincidido con la máquina pensante. De tener hoy una conexión a la red, me lo imagino aguijoneando al chat como una avispa, buscando los puntos flojos del ingenio hasta verlo caer en flagrantes contradicciones. Podríamos incluso compartir sus suspiros de alivio al comprobar que, pese a su sofisticadísimo diseño, el programa todavía inventa información inexistente o comete errores de bulto propios de un cuñado charlatán. De hecho, abundan en la red usuarios que cantan victoria cuando el chat admite sus errores. Aunque me temo que a quienes conjuran así sus miedos les esperan noticias aciagas. La tecnología que hace posible estas conversaciones está dando pasos de bebé. Asistimos a sus primeros balbuceos. Apenas un gorjeo de lo que vendrá. Nos hallamos a las puertas de la mayor revolución cognitiva desde la aparición de internet, quién sabe si desde la imprenta de Gutenberg.
Más inquietante quizás para Sócrates sería reconocer tras los algoritmos de la inteligencia artificial el espíritu de un viejo enemigo: el sofista Gorgias. A usted es muy probable que ahora mismo el nombre de Gorgias de Leontinos no le diga gran cosa. En otros tiempos, en la Grecia clásica, su figura generaba una mezcla de admiración y rechinar de dientes. Tanta era su fama que Platón usa su nombre como título para uno de sus célebres diálogos. Si se acercan al texto, verán que arranca con dos palabras contundentes: “guerra” y “combate”. Platón cuenta cómo su maestro, Sócrates, se dirige al encuentro con Gorgias con ganas de gresca. Van a verse las caras dos colosos del pensamiento. Es un duelo similar al de Aquiles y Héctor en la Ilíada. Discutirán sobre la retórica, la virtud y la justicia. En el fondo, allí resuena una pregunta familiar en nuestros días: ”¿Importa algo la verdad?”. Para Gorgias, no demasiado. Cuando habla, nunca sabemos si cree de verdad en sus palabras o sencillamente hace ostentación de su soberbio don para el lenguaje. No en vano, su obra más conocida es el Elogio de Helena de Troya. ¿Por qué Helena? Porque con su defensa, Gorgias quiere demostrar que es posible ensalzar a la mujer más despreciada por los griegos, la causante de todos los males. El hábil uso de la retórica permite ennoblecer lo infame y envilecer lo honorable. Un buen orador, para Gorgias, debe ser aquel versado en esa técnica, que puede enseñarse y aprenderse, y cuyo fin no es otro que persuadir a los demás. Sócrates, naturalmente, difería. Tales ideas le resultan aborrecibles. A diferencia de Gorgias, estima que la retórica no debería ser solo arte, sino revelación y conocimiento, únicos caminos a la virtud. La retórica permite ganar debates, pero no necesariamente nos acerca a la justicia.
Imaginemos ahora la preocupación de Sócrates al toparse de bruces, dos mil años más tarde, con un Gorgias elevado al infinito, con el mismo desdén olímpico por la virtud y con un acceso inmediato y automático al caudal de conocimiento humano disponible en la red. Ante tal colosal adversario, Sócrates se lanzaría de nuevo al “combate” y a la “guerra”. Al fin y al cabo, esa lucha infatigable por la verdad es lo que nos hace humanos, la esencia misma que nos distingue de las máquinas pensantes, tan listísimas como idiotas, tan ricas en datos como vacías de ideas.
¿Quién se proclamaría vencedor en este nuevo duelo? Mirando a la historia, no parece que el padre de la filosofía occidental tuviera suerte en sus augurios frente a los avances tecnológicos. Es bien conocida, por ejemplo, su fobia a la escritura. “No producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria”, sostiene Sócrates en Fedro. Y añadía sobre quienes confiasen en las letras: “Cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes”. Si los presagios de hoy ante la inteligencia artificial terminan gozando del mismo éxito, la batalla está decidida: el futuro pertenece a Gorgias.