El Dios de los evangélicos también participó en el golpe de Brasil

Durante las escenas de guerra vistas durante el asalto al corazón político de Brasil hubo supuestos cantos religiosos

Seguidores del expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, durante el asalto al Congreso, Presidencia y al Tribunal Supremo en Brasilia, el 8 de enero.TON MOLINA (AFP)

La tentativa de un golpe de extrema derecha fascista que acabó con la destrucción material de las sedes de los tres poderes del Estado y de sus obras de arte e históricas, ya ha sido analizada en todo el mundo hasta en sus menores detalles.

Las declaraciones de los más de 1.000 seguidores de Bolsonaro, que acabaron en la cárc...

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La tentativa de un golpe de extrema derecha fascista que acabó con la destrucción material de las sedes de los tres poderes del Estado y de sus obras de arte e históricas, ya ha sido analizada en todo el mundo hasta en sus menores detalles.

Las declaraciones de los más de 1.000 seguidores de Bolsonaro, que acabaron en la cárcel y están siendo juzgados, contaron un detalle que aún no había sido conocido. Durante las escenas de guerra, con la aparente connivencia de los militares y el cerrar de los ojos de la policía, hoy se ha sabido que tuvieron lugar también “cantos religiosos”. Hasta a Dios llegaron los golpistas a implicar en la barbarie perpetrada a la luz del sol.

Ese detalle de los cantos religiosos mezclados al estruendo de la destrucción de todo lo que los golpistas encontraban ante sus ojos, incluidas preciosas obras de arte, deberá aún ser analizado ya que se debió a la masiva presencia de creyentes de las numerosas iglesias evangélicas que acabaron formando un verdadero ejército bolsonarista subyugados por el lema de “Dios por encima de todos”.

Sí, no será posible estudiar el movimiento de extrema derecha neofascista traído por Jair Bolsonaro, que ya muy joven fue expulsado del Ejército por sus ímpetus golpistas dentro mismo del cuartel, sin la adhesión con la que contó para elegirse, de los millones de evangélicos que lo escogieron como líder y mito llamado por Dios para combatir a un “comunismo” que por cierto no existe en Brasil.

Es sabido que hoy más del 30% de los brasileños son evangélicos que contaban ya en el año pasado con 178.000 templos frecuentados por 70 millones de fieles que votaron casi masivamente en Bolsonaro. Ellos siguen fielmente el dictado de sus pastores que suelen ser rifados hasta por los católicos a la hora de ir a las urnas. Y los pastores evangélicos, algunos de ellos, como los creadores y responsables de las iglesias más numerosas, son poderosos y aparecen entre los empresarios más ricos del país y hasta en las listas de los mayores millonarios del mundo.

El presidente, Lula da Silva, entendió enseguida cuando se lazó al ruedo contra Bolsonaro que el mundo religioso, incluso parte del católico que en el pasado votaba en él, había emigrado hacia la extrema derecha bolsonarista. Y ello porque un punto fuerte del programa neofascista era el de convencer a los millones de evangélicos que si ganaba las elecciones el “comunista” Lula, acabaría cerrando los templos evangélicos y persiguiendo a sus fieles, al mismo tiempo que liberaría el aborto y favorecería el matrimonio de los homosexuales.

Tan convencido estaba Lula esta vez de que difícilmente se elegiría sin que le dieran una mano por lo menos algunas iglesias evangélicas menos fanáticas del bolsonarismo que movilizó a quienes tenían alguna conexión, incluso personal, con grupos de evangélicos para arañar por lo menos algunos miles de votos.

Aún no es posible saber el índice de votos evangélicos que Lula consiguió desplazar hacia él ni qué argumentos usó para convencerles a seguirle. Debe haber sido, sin embargo, esta vez de un cierto bulto ya que una de las primeras cosas que ha hecho, algo que hubiera parecido insólito en sus gobiernos pasados así como en los de Dilma, ha sido dar un cargo en su nuevo gobierno, al pastor Paulo Marcelo Schallenberger de la Asamblea de Dios.

El pastor que trabajará en el palacio presidencial cercano a Lula tendrá como misión atraer al nuevo gobierno a los seguidores, sobre todo, de las pequeñas iglesias que son muy numerosas y que no están tan atadas a las grandes confesiones y son menos politizadas.

El pastor evangélico, Paulo Marcello, ya fue activo en medio a las pequeñas pero numerosas iglesias evangélicas durante la campaña electoral y ahora hará parte del Gobierno lo que puede significar una brecha abierta, por primera vez, dentro de un campo religioso que siempre estuvo alejado del electorado progresista. Al catolicismo, que llegó a contar con un 80% de los creyentes, pertenecieron en el pasado más bien los más pobres, apadrinados entonces sobre todo por los movimientos de la entonces viva Teología de la Liberación que conseguía actuar entre las masas de los más desheredados. Se trató de un campo que le fue arrebatado poco a poco por el evangelismo, que consiguió conectar con los millones de personas desterradas a los grandes suburbios de las ciudades, mientras el catolicismo se aburguesaba y concentraba en los centros ricos del país.

Según el diario O Globo existe en Brasil la friolera de 78.500 templos de evangélicos que no pertenecen a ninguna de las grandes confesiones. Y es en esas iglesias donde Lula, apoyado ahora por un pastor evangélico en su gobierno, quiere penetrar para ganarse su consenso y para rellenar el hueco que le dejó la Iglesia Católica que se ha convertido más bien en la confesión de la clase media y alta hoy más cercana al liberalismo bolsonarista. Han sido los evangélicos, en efecto, quienes han heredado los millones de fieles perdidos por los católicos y que Lula quiere reconquistar.

El tema para el nuevo gobierno es delicado y supondrá un trabajo de base lento que solo en el futuro podrá dar resultados positivos. Los cantos religiosos, que se mezclaron sacrílegamente con el estruendo de la destrucción de los palacios políticos de Brasilia durante la embestida golpista, fueron sintomáticos. Han acabado haciendo reflexionar a la clase política y asustando a quienes aún apuestan en la democracia como la mejor forma encontrada de convivencia y progreso y de defensa a todos los desheredados de la sociedad y condenados a la barbarie.

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