Intentando tocar hierba

A sentir el verde te mandan cuando te quedas atrapada, contestando a cualquier imbécil, con el cuello más tenso que el palo de una cuchara

Anne-Louise Lambert, Karen Robson y Jane Vallis, en el filme 'Pícnic en Hanging Rock' (Peter Weir, 1975).

En vacaciones, siempre me obligo a salir a tocar hierba. No es un acto literal. No me voy a un prado y deslizo mi mano entre el verdor como en esos anuncios de todoterrenos donde la (falsa) sensación de libertad en un rincón de naturaleza sublime importa más que las prestaciones del (contaminante) coche. ”Tocar hierba” es una expresión de internet que suele lanzarse como insulto a quienes llevan demasiado tiempo conectados y han sobreanalizado el discurso de las redes. ...

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En vacaciones, siempre me obligo a salir a tocar hierba. No es un acto literal. No me voy a un prado y deslizo mi mano entre el verdor como en esos anuncios de todoterrenos donde la (falsa) sensación de libertad en un rincón de naturaleza sublime importa más que las prestaciones del (contaminante) coche. ”Tocar hierba” es una expresión de internet que suele lanzarse como insulto a quienes llevan demasiado tiempo conectados y han sobreanalizado el discurso de las redes. ”Vete a la calle a tocar hierba, anda”, es lo que te tuitean, y no precisamente de forma maja, cuando creen que te has pasado de la raya. Cuando le has dado tantas vueltas a una idea que, al final, te deja atrapada, contestando a un imbécil cualquiera, con el cuello más tenso que el palo de una cuchara.

Como durante mi vida laboral soy una de esas personas que vive en línea de forma crónica, como reviso las publicaciones del resto nada más despertar y antes de ir a la cama; en vacaciones permito que mi cerebro no sea una extensión de mi teléfono. Archivo los chats de trabajo de WhatsApp para no verlos y borro las aplicaciones de Twitter e Instagram. Procuro despertarme y, acto seguido, mirar por la ventana y no a mi pantalla. Me pido tocar hierba. Lo intento.

Mi objetivo durante esos días de tregua es probarme dos cosas: que el “sesgo de Twitter” todavía no me ha deformado la mente y que no me seduce la “enfermedad del posteo”.

Lo primero es lo que la escritora Haley Nahman definió como “la tendencia de la persona extremadamente online a ver el comportamiento que ve en las redes sociales como totalmente representativo de la realidad, con poca consideración por lo que experimentan en su entorno físico”. O lo que es lo mismo: salir del sesgo de Twitter es entender que en la peluquería no se está debatiendo acaloradamente si pedirle a un desconocido en un bar que te vigile el ordenador mientras vas al baño es ableista, es decir, discriminatorio para los discapacitados. O intuir que, en una plaza, si una mujer dice que le encanta tomarse un café y charlar con su marido en su jardín durante horas, no provocará tal seísmo como para que miles de indignados la rodeen enfurecidos por ser “una engreída autocomplaciente de la que debería avergonzarse su pareja”. Que en la vida, ahí afuera, todo se lidia de otra manera.

Lo del mal del posteo es lo que la periodista Fran Hoepner definió para describir a esas personas que han convertido sus tuits en una lucha por la relevancia e influencia (clout, en la jerga digital). Si sufres tal enfermedad, según Hoepner, “tienes que creer que publicar tiene una acción; que publicar es un trabajo; que publicar es dar; que la publicación logra cosas porque publicar es un juego que debe ganarse”. Es algo que va mucho más allá del activismo por el progreso social. La enfermedad del posteo es cuando publicas un comentario para criticar una conversación que has escuchado en el metro y así demostrar tu superioridad moral. Son esos hilos infames copiados de la Wikipedia. Cuando mientes de forma descarada y tuiteas esa frase tan elocuente que en realidad nunca ha dicho tu hija pequeña. “La enfermedad del posteo busca justicia, resultados. Es la creencia muy arraigada de que publicar funciona”, dice Hoepner. Y se cura con la liberación que da no tener que opinar de todo ante los demás.

Cuando salgo a tocar hierba procuro recordarme eso para que no se me pudra el cerebro. Pero entonces Shakira saca tremenda tiraera y paso de mi privilegio del silencio porque necesito ir corriendo a Twitter para ver de qué habláis. Y todo el trabajo hecho se me olvida.

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