Sí, pero también

En estos días que preceden a 2023 me atrevo a decir que “feliz Año Nuevo”, aunque también “gracias al año que acaba”

Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro, en un debate televisado.Marcelo Chello (AP)

En estos días que preceden al nuevo año 2023, vamos a escuchar y ver escrito en los cinco continentes millones de veces la frase “feliz Año Nuevo”. Quizás contagiado por la lectura estos días de la obra magistral de la filóloga Irene Vallejo, El infinito en un junco (Ediciones Siruela) sobre el nacimiento del lenguaje y de los libros, me atrevo a decir, que “feliz Año Nuevo” sí, pero también “gracias al año que acaba”.

El lenguaje nos enriquece y nos restringe. Por ejemplo, es justo desear un nuevo año lleno de felicidad...

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En estos días que preceden al nuevo año 2023, vamos a escuchar y ver escrito en los cinco continentes millones de veces la frase “feliz Año Nuevo”. Quizás contagiado por la lectura estos días de la obra magistral de la filóloga Irene Vallejo, El infinito en un junco (Ediciones Siruela) sobre el nacimiento del lenguaje y de los libros, me atrevo a decir, que “feliz Año Nuevo” sí, pero también “gracias al año que acaba”.

El lenguaje nos enriquece y nos restringe. Por ejemplo, es justo desear un nuevo año lleno de felicidad, pero también debería serlo de agradecimiento al año que se nos va. Sí, es verdad que en el mecanismo de nuestro lenguaje intentamos con ello borrar todos los momentos difíciles, ingratos, a veces dolorosos y hasta bordados de muerte, del año que acaba. ¿Quién no ha tenido alguna pérdida, algún dolor en el año que termina? Pero también no deberíamos dejar de ser ingratos con las pequeñas o grandes felicidades que nos brindó el 2022.

Escribo desde Brasil y me pregunto si este país no debe agradecer por ejemplo al destino, al 2022, el haber quedado libre de la locura de Bolsonaro que dividió al país, sembró muerte, odios y miedos de guerra civil y dividió dolorosamente a sus gentes.

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Alguien podría alegarme que yo, por ejemplo, en el año que acaba cumplí ya 90 años, como si ello fuera una pérdida. Es cierto que la mucha edad vivida, el cúmulo de años arrastra dolores y heridas sobre todo físicas y a veces mentales, pero también te regala otras cosas, como experiencia y oportunidad de conocer nuevas personas, hacer nuevos amigos, descubrir nuevos horizontes que no conseguías otear cuando eras más joven.

Sí, es cierto que un año más vivido puede pesarte físicamente pero también te enriquece espiritualmente. Te libera de viejos prejuicios, te enseña a vivir desarmado, te despoja de miedos y te trae nuevos amigos aunque puedas perder a otros. Yo mismo en este año que acaba llamado “viejo”, en mi profesión de periodista encontré, sin aún conocerlos físicamente, nuevos colegas amigos que trabajan en las ediciones de América del periódico como a Lorena, Francesco, Federico, Jon y tantos otros. Fueron un regalo.

Estoy convencido que escribo este texto a contramano. Que existe una aspiración universal a que el 2023 sea un año mejor para cada uno y para la humanidad, pero que como nos enseñan los estudios de filología, el lenguaje a veces nos engaña y otras nos enriquece.

Pensaba el otro día que ese lenguaje, patrimonio del Homo Sapiens, es al mismo tiempo una falacia y una fuente de riqueza de significados.

Ser un año más viejo puede parecer una pérdida, pero también una riqueza. Cuanto mayor te sientes te ves con menos compromisos encima, más libre y con mayor capacidad para interpretar el mundo. No por nada antiguamente los ancianos eran vistos como sabios, como acumuladores de experiencia, fueran nobles o plebeyos. Sí, los campesinos ancianos eran pozos de sabiduría acumulada. No acaso cultura, procede etimológicamente de “cultivar la tierra”, de las raíces. Eran los años vividos los que le otorgaban a esa categoría de personas el apelativo de sabios.

El lenguaje es tan rico, tan sorprendente, tan fecundo, tan sublimemente enigmático que lo contrario puede significar a veces lo mismo. Piensen a este pequeño ejemplo: alguien sale de una panadería con una hogaza de pan recién salido del horno. Puedes presentar ese pan como un pan “calentito”, pero también de lo contrario, un pan “fresquito”. Ambas cosas son ciertas. Es calentito porque acaba de salir del fuego y es fresquito, porque es de ahora mismo. Son los misterios del lenguaje, de las palabras, tan importantes, tan enigmáticas tan ricas que es lo que nos hace ser los reyes de la creación.

Entonces, para mis amigos, para todos los que amo, para los anónimos que hacen parte de mi universo, sobre todo para los que más sufren discriminación y dolor, feliz Año Nuevo, pero también feliz año viejo, que la vida es un arcoíris con todos los tonos de color, símbolo de que nada es acabado y que todo puede ser aún mejor. Y sobre todo la vida es eso, deseo de felicidad y exterminio del dolor.

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