La falsa desaparición de Juan José Ballesta

Graves noticias en los periódicos: el actor no coge el teléfono a algunos de sus amigos y lleva tiempo sin publicar en Instagram, por lo tanto, “Juan José Ballesta, desaparecido”

Juan José Ballesta, en julio en Madrid.Pablo Cuadra (Getty Images)

Graves noticias en los periódicos: el actor Juan José Ballesta no coge el teléfono a algunos de sus amigos y lleva tiempo sin publicar en Instagram, por lo tanto, “el actor Juan José Ballesta, desaparecido”. Noticias aún más graves días después: Ballesta está viviendo en un lugar con poca cobertura, coge el teléfono a quien quiere y se encuentra bien, según sus padres y su agente, que matiza que el actor está preparando un nuevo trabajo. Entre la grave noticia y la más grave aún, es decir, entre dos ...

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Graves noticias en los periódicos: el actor Juan José Ballesta no coge el teléfono a algunos de sus amigos y lleva tiempo sin publicar en Instagram, por lo tanto, “el actor Juan José Ballesta, desaparecido”. Noticias aún más graves días después: Ballesta está viviendo en un lugar con poca cobertura, coge el teléfono a quien quiere y se encuentra bien, según sus padres y su agente, que matiza que el actor está preparando un nuevo trabajo. Entre la grave noticia y la más grave aún, es decir, entre dos noticias que no lo son, se emiten grandiosos minutos de televisión y un buen puñado de titulares a los que resulta imposible no clicar con una expresión fatídicamente sexy en términos de clickbait: “Paradero desconocido”. En varios medios, incluso, se apuesta por una treta muy apreciada en estos tiempos: se dice en el titular que está desaparecido, y en el subtítulo sus padres aclaran que no lo está. Damos la información falsa en el titular sabiendo que lo es, puesto que nosotros damos la información verdadera un poco más abajo. Damos las dos versiones: la de que un hombre famoso está desaparecido, y la de que no lo está. “España gana a Marruecos y pasa a cuartos de final”, y en el subtítulo: “El resultado, sin embargo, favorece a la selección marroquí, que jugará la siguiente ronda”. Dos versiones.

Hay, en todo esto, una particularidad: ¿qué se necesita hoy para estar, oficiosamente, en paradero desconocido? Muy poco ya: estamos tan presentes en tantos sitios, respondemos a tanta gente a tantas horas, que desaparecer es baratísimo. Yo no sé las circunstancias personales de Juan José Ballesta, pero entiendo que si sus padres y su representante hablan con él, no está desaparecido. A lo mejor, qué sé yo, sólo quiere estar solo, o no quiere que la gente sepa dónde está. ¿Tiene uno derecho a eso? Que amigos suyos se hayan alarmado por no cogerles el teléfono y no saber nada de él por redes sociales, y hayan llamado a Telecinco antes que a sus padres, es un signo muy revelador de la época, ya no porque Mediaset deba dar parte del censo de famosos de España, sino por la espectacularidad de la búsqueda: no es lo mismo que te intenten localizar desde tu casa que desde Socialité.

Pero hay algo más, que nos pasa también a cualquiera: no responder a mensajes, no coger el teléfono, no colgar contenido en redes, o dejarnos directamente el móvil en casa, dispara todas las alarmas. Tiene que ver con la paz que proporciona la rutina, y el desasosiego que produce cuando se interrumpe. La normalidad que antes era ver siempre en el súper a alguien, y en su bar de siempre, y paseando por las mismas calles, ahora ha llegado también a internet, y en cuanto falla, hay inquietud. Se llama dependencia, la tuya y la que se genera hacia los demás. Que tiene a veces resultados escandalosos, como tener que avisar a tus seguidores, o a tus contactos de WhatsApp, de que estarás fuera una temporada. Ese comunicado ridículo de “estaré un tiempo sin tuitear”, al que se responde “a mí qué me cuentas”, resulta que luego se exige para que nadie se preocupe por tu estado de salud, por tu vida o por tu situación personal, y tengas que responder a la pregunta de “¿estás bien?” —la he tenido que responder, y varias veces— por alejarte tres semanas de las redes. Como le pasaba a mi amigo R.: “Qué vida la del camello, que te pregunta si estás bien cuando llevas tiempo sin llamarlo”.

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