Veamos quién sale hoy en las esquelas
Al reparar en su fecha de nacimiento, compruebo que cada vez truena más cerca. Hago cálculos premonitorios con la idea de deducir el tiempo que me queda
Como reza el título de un libro de Laura Freixas, yo también creía que “a mí no me iba a pasar”. El caso es que me ha pasado y que, metido en años, me seguirá pasando con la frecuencia pertinaz de un hábito, a menos que me abandone la lucidez. Pues sí, confieso que soy de los que ojean a diario las esquelas necrológicas del periódico. Tiempo atrás me traía al pairo averiguar quién había liado el petate en el lejano terruño donde nací. La muerte me parecí...
Como reza el título de un libro de Laura Freixas, yo también creía que “a mí no me iba a pasar”. El caso es que me ha pasado y que, metido en años, me seguirá pasando con la frecuencia pertinaz de un hábito, a menos que me abandone la lucidez. Pues sí, confieso que soy de los que ojean a diario las esquelas necrológicas del periódico. Tiempo atrás me traía al pairo averiguar quién había liado el petate en el lejano terruño donde nací. La muerte me parecía un asunto de ancianos, suicidas y atropellados. Me sabía perecedero, pero no aludido. Puede que alguna vez dedicase breve atención a un aviso fúnebre por aquello de que concernía a un ser cercano.
A las ocho de la mañana ya se pueden consultar las nuevas esquelas. Muchas de ellas ostentan una foto del finado. La imagen me sirve para constatar los estragos del tiempo en las fisonomías de mi generación. A algunos con quienes compartí juegos, confidencias, aventuras de infancia o juventud y a quienes no veía desde hace tres o cuatro eternidades, me cuesta identificarlos. Abundan los difuntos sonrientes. ¿Les hará gracia haber muerto? Al reparar en su fecha de nacimiento, compruebo que cada vez truena más cerca. Hago cálculos premonitorios con la idea de deducir el tiempo que me queda. Constato sin la menor duda y sin envidia que las mujeres alcanzan edades vedadas a la mayor parte de los varones. No es raro que alguna sobrepase el límite de los 100. Los hay que en una misma jornada murieron dos veces, una en euskera y otra en castellano. El día se me parte igual que un palo seco si el difunto fue compañero de colegio. Se me pega entonces al atuendo un lamparón de melancolía difícil de lavar. Como César Vallejo en su célebre soneto, tengo ya el recuerdo del jueves en que, al acceder a la página, me encontraré de sopetón con mi propia esquela. Apenado, pero sereno, me daré el pésame.