La vida sí, pero…

Ahora que hablamos de guerra nuclear con la misma cotidianidad con que comentamos el tiempo, hay que combatir la melancolía. Cuanto peor se pongan las cosas, más tendremos que esforzarnos en comprenderlas

Atardecer nuboso este lunes en Zaragoza.Javier Belver (EFE)

Sí. En la imagen podemos ver un atardecer luminoso, un cielo anaranjado y azul y violeta. Pero. En la siguiente escena contemplamos el mismo cielo atravesado por postes y cables de alta tensión. Sí. Ahora vemos un jarrón blanco con un bonito ramo de flores sobre un fondo amarillo. Pero. El mismo jarrón y el mismo ramo aparecen ahora sobre una lápida gris. Sí. En la imagen vemos una pajita de cartón. Pero. La misma pajita se dibuja esta vez junto a un vaso de plástico desechable. Sí. La escena muestra una apetecible cesta de pícnic sobre un mante...

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Sí. En la imagen podemos ver un atardecer luminoso, un cielo anaranjado y azul y violeta. Pero. En la siguiente escena contemplamos el mismo cielo atravesado por postes y cables de alta tensión. Sí. Ahora vemos un jarrón blanco con un bonito ramo de flores sobre un fondo amarillo. Pero. El mismo jarrón y el mismo ramo aparecen ahora sobre una lápida gris. Sí. En la imagen vemos una pajita de cartón. Pero. La misma pajita se dibuja esta vez junto a un vaso de plástico desechable. Sí. La escena muestra una apetecible cesta de pícnic sobre un mantel con deliciosas viandas. Pero. La misma escena se ve ahora manchada por una legión de insectos sobre la comida. Y así viñeta tras viñeta, el ilustrador ruso Anton Gudim nos recuerda en su cuenta de Twitter (@_yesbut_) de qué está hecha la vida.

Todas las semanas, este artista presenta puntualmente pequeños e inesperados cómics destinados a recordarnos que la vida es siempre más compleja y dolorosa de lo que nos empeñamos en reconocer. Solo escribe dos palabras cada vez: yes (sí) y but (pero). No hay otro texto en sus tuits ni en sus dibujos; tampoco demasiados comentarios. Solo miles de me gusta y retuits. La cuenta tiene casi 400.000 seguidores y su autor suma más de un millón en Instagram. Su trabajo está cargado de tristeza y de crítica social; sin embargo, no resulta deprimente o pesimista. Al contrario, muchos de sus seguidores —que escriben en distintos idiomas— lo encuentran cómico y una inmensa mayoría reconfortante. No es de extrañar, ya que nada hay que hiera en sus dibujos, siempre cálidos, tan agradables a la vista como fieles a la realidad. Es como si de alguna manera quisiera decirnos que no pasa nada, que la vida duele y nos pone tristes y que, al mismo tiempo, es hermosa.

Me encanta esta cuenta. Y me apetece celebrarla especialmente en estos días, cuando observo una pátina de melancolía sobre el ánimo de todas las personas que me rodean, empezando por mí misma. No hay conversación que no acabe cayendo por algún despeñadero ahora que hablamos de guerra nuclear con la misma cotidianidad con que comentamos el tiempo. Es un hecho: el ejercicio de vivir parece imposible cuando nos enfrentamos a la vez a la guerra en Ucrania, la inflación desatada, el auge del populismo, el cambio climático, la hipoteca variable y la arbitrariedad de Vladímir Putin. Todo antes de servirnos el primer café. Pero también tengo la impresión de que la adversidad nos ha pillado idiotizados, convencidos de que los momentos (o tiempos) perfectos existen o existieron alguna vez. Es decir, nos pilla faltos de atención sobre la vida cotidiana y de conocimiento profundo sobre el mundo. Dicho de otro modo: existen demasiadas personas incapaces de aceptar con deportividad que haya hormigas en su manta de pícnic. Así que sobre pobreza, enfermedad, desigualdad o inmigración no podemos ni hablar.

Y esto es precisamente lo que está pasando, que cada vez hay más gente que elige no informarse, activistas de la melancolía decididos a no rozarse con la realidad. Total, para qué, si todo va a peor. El problema es que empeñarnos en no aceptar la vida como es conduce a una melancolía de tipo íntimo que termina en depresión y a otra de tipo social que acaba en populismo (y fascismo). Por eso, cuanto peor se pongan las cosas, más tendremos que esforzarnos en comprenderlas. Es la única forma de que podamos soportar el dolor y llegado el caso, hasta la belleza.

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