Pan y Tamara

Nos fascina asistir en directo a un trepidante melodrama que nos permite constatar que los ricos también lloran, juzgar sumarísimamente al prójimo sin pagar las costas y evadirnos medio minuto de nuestra vida perra

Tamara Falcó posa para los medios el pasado martes en el Teatro Real.José Oliva (Europa Press)

El otro día, cuando Tamara Falcó soltó el bombazo de su compromiso matrimonial con Íñigo Onieva en Instagram, me oí chillar en medio del silencio de la capilla central, perdón, Redacción, de esta catedral del periodismo: “¡Se casa Tamara!”. Al punto, a mi espalda, una colega de Internacional que cubría espantada la última hora de la ...

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El otro día, cuando Tamara Falcó soltó el bombazo de su compromiso matrimonial con Íñigo Onieva en Instagram, me oí chillar en medio del silencio de la capilla central, perdón, Redacción, de esta catedral del periodismo: “¡Se casa Tamara!”. Al punto, a mi espalda, una colega de Internacional que cubría espantada la última hora de la amenaza nuclear rusa replicó, genuinamente interesada en la primicia: “Tamara, ¿qué Tamara?”, a lo que yo, echada ya definitivamente al monte de la frivolidad más absoluta, respondí muy digna: “Putin, ¿qué Putin?”. Las carcajadas del respetable público de tamaño sainete, a la sazón reputados periodistas con lustros de experiencia en decidir qué es y qué no es noticia, aún resuenan en mi conciencia.

Lo ocurrido desde entonces —idas, venidas, dimes, diretes, giros de guion y ruptura de la hasta ayer pareja perfecta— ya es historia de España, puntualmente glosada en algunos de los artículos más vistos de este periódico. Hay quien se escandaliza de que, mientras en Ucrania emergen los muertos de Izium, en Irán matan mujeres por quitarse el velo, en Italia gana la ultraderecha de Giorgia Meloni, y aquí se nos desbordan las colas del hambre y se nos amontonan las mujeres asesinadas por sus parejas, tantos estemos tan entretenidos con los cuernos de una pija ultracatólica a morros de otro pijo pichabrava al que se veía venir desde el mismísimo desierto de Nevada donde lo han trincado besando a otra señora. Y yo, no te fastidia. Pero entiendo perfectamente por qué nos fascina asistir en directo a un trepidante melodrama que nos permite constatar que los ricos también lloran, entonar el yo ya lo dije, juzgar sumarísimamente al prójimo sin pagar las costas y evadirnos aunque sea medio minuto de nuestra vida perra. Pan y Tamara, vale, pero, curados de espanto como estamos, no hay noticia bomba que compita con esa, a no ser que te explote en tu propio culo. Por cierto, que, a estas alturas, la colega de Internacional, picada en su orgullo de periodista de raza, no solo sabe quién es Tamara, sino que es ella quien me cuenta las novedades, sin por ello quitarle ni un segundo el ojo a Vladímir Putin. Sí, se puede.

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